QUIENES hayan leído mi artículo 423 -en el supuesto de que lo leyeran hasta el final- se tropezarían con mi descontento por el hecho de que hasta ahora, con tanto tiempo transcurrido, sigamos sin encontrarnos con un himno representativo de esta España a la que conozco cada vez menos. O, por lo menos, la entiendo menos. Ni que decir tiene que no abrigo la más mínima esperanza de que alguien leyera mi trabajo en la Península, pero ya saben ustedes que me siguen persiguiendo las casualidades y esta vez ha ocurrido otro tanto. Solo 24 horas después de que yo dijera lo que dije, un espacio televisivo de la cadena Intereconomía, trató con cierta amplitud el mismo tema. Entre los contertulios había un señor, un tanto más convencido, un tanto más hiriente y más decisivo, con el tono un tanto subido que no aceptaba para representar a nuestra Patria la letra atribuida a don José María Pemán.

-Ese himno se titula Marcha Real y en España somos muchos los que respiramos como republicanos. Esa letra o ese himno de ninguna manera nos representa a todos los que aquí hemos nacido. Somos españoles, pero no necesariamente monárquicos.

A eso se le llama razonar, sí, señor.

Claro que no faltan quienes se inclinen por cambiar el título y no ofender a nadie. Pero, no. La gente no va por ahí. Claro que tampoco parece serio que no podamos cantar nuestro himno, no sólo cuando se iza o se arría la bandera, sino cuando la selección de fútbol del señor Marqués del Bosque saca la Roja a correr por esos campos de Dios, mientras Sudán, Senegal, Corea, Perú, Méjico y África del Sur cantan, cantan y cantan cuando su himno suena. Como debe ser.

Aunque ahora que lo pienso tengo cierto temor por si los señores de la TV francesa, que han sido capaces de lanzar tantos dardos envenenados contra Contador, Nadal, Indurain, Gasol y no sé cuántos más por el simple hecho de ser triunfadores españoles, uno teme que para borrar sus fracasos propios (los de los franceses, quiero decir), tuviéramos que protegernos de otros dardos envenenados por el simple hecho de escuchar nuestras notas musicales con letra patriótica en forma de himno. Se asusta uno al ver cómo estos señores, antes de tonos versallescos, son ahora tarugos mentales. Y es que nuestra querida Europa avanza a demasiada celeridad, sin darse cuenta de que la cosa no marcha como debiera. Aunque para recibir dardos envenenados no se precisa esperarlos de Avignon ni de París; de Lyon ni de Marsella; del Louvre ni del Arco de Triunfo. A mí, un vecino de mi propio pueblo se atrevió a decirme sin pensarlo demasiado:

-Se te nota a la legua que perteneces a la extrema derecha. Hubieras hecho buena pareja con el pobre Fraga.

-Hubieras dicho mejor con Blas Piñar.

-¡Pues añádelo a la lista! Fraga, él y tú formarían un trío insuperable.

La otra crítica me llega de La Laguna a través del teléfono. Es un amigo de siempre y me autoriza a citar su nombre, pero no quiero hacerlo famoso. No voy a hacerle propaganda gratuita. Me tilda de fascista: me nombra a Hitler y Mussolini y luego se calla. También yo me callo. Pero no acierto a comprender ciertas cosas. Si todos los países de Europa tienen himno, ¿es que son de derechas, como Fraga y Blas Piñar? ¿Y si todos los países del mundo: Estados Unidos, Bélgica, Rumanía, Rusia, Senegal, Costa de Marfil, la India, Mónaco... tienen himno es porque son también de derechas?

No me voy a inmutar por tales opiniones. Ni por otras que se les parezcan. Sigo creyendo que España necesita un himno. Absolutamente imparcial. Lo puede escribir un cantante que tenga la bella voz de Miguel Ríos o Francisco o uno de derechas que tenga buen oído y lo emocione a uno cuando lo escuche, como hacen los estadounidenses, con su mano en el pecho y los ojos llenos de lágrimas. Ya no podemos contar con Pemán, ni los hermanos Machado; ni podemos contar con Rafael Alberti ni con aquel que se cambió de nombre y firmaba como Gabriel Celaya. En fin, ustedes piensen lo que quieran, pero una nación sin himno es como comer un huevo sin sal.

¡O como el Barcelona sin Messí!