TENÍA RAZÓN mi buen amigo Paco Ayala cuando días atrás dijo que tenemos carnaval gracias al bueno de don Domingo Pérez Cáceres, obispo de Tenerife, que, contento y satisfecho con la respuesta de la isla a la recaudación que se hizo para terminar la Basílica de Candelaria, miró para otro lado y no se opuso a que la gente se divirtiera.

Desde entonces el carnaval ha evolucionado con los cambios generacionales, no sé si para mejor o peor, pero existen notables diferencias entre el de ayer y el de hoy. Disfruté en mi juventud de las Fiestas de Invierno. Al principio, de noche solo se hacían bailes en centros culturales y recreativos, no había nada en la calle, y durante el día la gente salía a pasear, pero ponerse cualquier cosa era suficiente para divertirse. En aquella época ya había murgas y rondallas, pero no concursos. Un grupo de amigos y familiares formamos un grupo, cuya idea fue de mi hermano Paco Cruz. Nos aprendimos tres canciones: el pasodoble "Los Chisperos", "Reír, que la risa es un tesoro", de Bohemios, y un número musical de la opereta "El Príncipe Carnaval" ("Esta noche aquí..."). Los hombres nos vestíamos con pantalón negro, camisa blanca y una capa roja; y las mujeres con un cancán blanco, camisa blanca y también capa color tomate. Tuvimos mucho éxito, y en la parte orquestal nos acompañaba Angelito Álvarez, uno de los más importantes guitarristas que ha dado la tierra, con su inseparable compañero violinista; lamento no recordar su nombre. Tocaban habitualmente en cabarets, denominándose como "hijos de la noche"; pero en la calle no ocurría nada anormal, algún percance con un par de borrachillos.

Este carnaval actual no tiene comparación con el de mi tiempo ni con los que se hacen por el resto del mundo. La diferencia está en la cantidad de grupos y en la participación. Ahora, más que una fiesta es un sentimiento que se lleva en la sangre y que se trasmite de generación en generación. Los niños quedan impregnados desde bebés, algunos incluso en el vientre materno. Por eso, la tradición de la celebración no se extinguirá nunca. Los grupos se superan cada año, con vestuarios asombrosos e ingeniosos, con mejor calidad musical, haciendo reír y bailar. Es puro arte de gente sencilla y trabajadora que tiene sueños y los lleva a cabo.

La calle es otra cosa. La avalancha de personas que acuden al centro neurálgico de la fiesta es enorme, y aunque entiendo que la gente quiera divertirse y necesite evadirse, tanto desenfreno no va mucho conmigo. La última vez que viví una noche de carnaval fue en los ochenta, y no quiero ni acordarme, porque tardamos en cruzar la plaza de la Candelaria y la de España, para ir a la avenida de Anaga, casi dos horas, y no me gustó lo que vi. Ahora el gentío es enorme, y existe una especie de Sodoma y Gomorra orientado a la promiscuidad con el que no estoy de acuerdo. Creo que se ha dejado demasiada libertad a gente muy joven, y con 13 o 14 años no son conscientes de que siguen siendo menores.

Ahora veo lo que puedo por la tele (me encantan las chicas que traducen al lenguaje de signos), como ocurrió con la repetición del concurso de murgas al día siguiente; en directo terminaba muy tarde, y a esas horas ya estoy en el séptimo sueño. Me gustaron los ganadores: Bambones, Trapaseros y Mamelucos. No son murgas, son orfeones (una de ellas con más de noventa componentes), pero sobre todo son ingeniosos, ocurrentes, están bien empastados y tienen una excelente expresividad durante toda la interpretación; se nota que ensayan una barbaridad. Que me perdonen las féminas, porque hacen un gran esfuerzo, pero encuentro sus voces muy desafinadas y bastante desagradables. En mis tiempos las murgas eran menos agresivas, incluso algo modositas; ahora no tienen prejuicios y se lanzan a la yugular si hace falta. Me impresionan sus seguidores, se saben las canciones de presentación y despedidas de todas.

Seguí en directo la Gala de Elección de la Reina, y me pareció un espectáculo magnífico, completo y muy digno. Me encantó el musical del principio, y me gustó mucho que contaran con tanta gente de la tierra. Enhorabuena a Juan Carlos Armas y su equipo por el trabajo realizado; pueden estar orgullosos.

Se me acaba el espacio. El próximo comentario será de las rondallas. En definitiva, carnavales muy distintos, aunque siempre me puede la añoranza. Diviértanse y pásenlo bien, pero con prudencia y fundamento.