Como tantas otras veces, la noticia me llegó por los periódicos de mi tierra que recibo aquí, en Madrid, uno o dos días después de su edición, excepto los fines de semana que, como no se reparte correo, se me retrasan algo más. Noticia triste y luctuosa como es siempre el fallecimiento de una persona, más si esa persona está ligada a nuestra propia juventud, lo que me hace volver a recordar aquellos ya lejanos, muy lejanos, tiempos en que subía todos los días en "la Exclusiva" a La Laguna a mis clases de 5º año de Bachillerato. La búsqueda por mi padre de lo mejor para sus hijos me había hecho cambiar ya por cuarta vez de centro docente, lo que ciertamente no es un récord Guinnes pero tampoco es una cifra despreciable.

En nuestra familia, al carecer de bienes propios en cantidad al menos discreta, no nos quedaba otro remedio que estudiar, y eso hicimos los seis hermanos y con éxito, al parecer, aceptable.

El fallecimiento de una joven -ya no tanto pues era hasta tres veces abuela- me hace volver a recordar aquellos felices años en que uno empezaba casi a vivir o al menos a pensar por su cuenta. Mientras aquella guagua encarnada pasaba por delante de la cruz de La Cruz del Señor, lugar donde vivían mis amigos Rumeu Ballester, solía empezar yo a hacer recuento de mis vivencias hasta entonces, que eran pocas pero variadas, pues había empezado a preparar el ingreso en Bachillerato en el Colegio San Ildefonso en el barrio del Toscal. En ese colegio estuve no demasiado tiempo, y aunque no llegué a hacer en él el ingreso en Bachillerato, sí que hice la Primera Comunión, vestido como se estilaba entonces de marinerito aunque, como acredita la foto que poseo desde hace 80 años y en la que me acompañan, entre otros, los hermanos Paco y Aurelio Matos, no todos íbamos igual vestidos, ya que unos llevan los pantalones blancos cortos, otros largos y unos terceros no llevaban uniforme alguno. De mi estancia en ese colegio, que fue en la práctica el primero "serio", al que asistí, recuerdo poco, como los partidos de futbol con un hermano en sotana, las clases en las que había una especie de concurso a ver quién quedaba el primero y el codito de pan caliente que me daba cada día mi primo Luisito Mandillo, que terminaba Bachillerato, y que arrancaba del panito que todos los días compraba calentito a la salida del colegio en una panadería que había enfrente del mismo, con el cual emprendíamos, yo bajo su protección, el camino a casa a lo largo de toda la Rambla hasta pasada la plaza de toros y llegar a la calle Lucas Fernández Navarro, donde vivíamos.

De aquel colegio me sacó mi padre a mitad de curso porque un día cuando llegó a casa y estaba yo haciendo los deberes, como he contado en otras ocasiones, osé preguntarle: "Papá, este problema ¿es de multiplicar o de dividir?". La respuesta fue mandarme al día siguiente al Colegio Alemán de la calle Numancia, donde nos encontramos mi primo Guillermito Cabrera y yo con algunos españoles como los hermanos Gorostiza y muchos alemanes, claro, como Heinz Bayer ("Der Träumer", le decíamos porque se dormía siempre) y también, aunque de eso me enteré hace un par de años, con Otto Rapp, hijo del dueño de la pastelería "La Princesa", de La Laguna, en la calle de La Carrera, donde sigue, a Dios gracias. Como en aquellos años el Colegio Alemán no ofrecía educación española, mi primo y yo hicimos el Ingreso y luego el primero de Bachillerato con un profesor particular al que encontrábamos a la salida de clase en casa de mi primo en Ruiz de Padrón, 7, que también sigue allí. Pero cuando Hitler echó del colegio a su director Herr Matiz, por ser judío, nos fuimos al colegio que este creo y donde estudiamos hasta 4º y Reválida, porque ya en el 36 se nos murió de improviso el director, se cerró el colegio y ahí me tienen ustedes subiendo a La Laguna como libre, porque mi padre prefirió mandarme a La Laguna, porque ese año teníamos Física y Química y el catedrático era nada menos que don Ramón Trujillo.

Entre los alumnos de aquel curso, de los que no conocía prácticamente a nadie, recuerdo con especial simpatía a Antonio de la Cruz Chauvet, fallecido hace tiempo y cuya hija Sabela acaba de fallecer a su vez el pasado 26 de enero, y ha sido el motivo de este comentario que hago con la angustia del recuerdo de un querido amigo.

Antonio -y a lo largo de los años tuve ocasión de confirmarlo más de una vez- era una persona afable, siempre sonriente, tranquilo y respetuoso con todos, y durante el 6º curso que pasamos juntos en La Laguna todos los estudiantes, tanto de La Laguna como los del Instituto de Santa Cruz que cerró temporalmente la guerra civil, tuvo lugar un hecho trascendental en su vida, como fue el conocer a su compañera de clase Josefina Veguero, con la que terminó casándose, aunque no tuve ocasión de presenciar noviazgo alguno, que mi vida social se redujo en aquellos años a los paseos de la Rambla en el tramo próximo a Numancia; o a los de la plaza de la Constitución. La amistad con Antonio, cuyo segundo apellido francés le daba un cierto aire exótico, se mantuvo firme y constante durante lo que me quedaba de estancia en Canarias, es decir, 6º, 7º y Reválida, para, en octubre del 39 empezar la gran aventura peninsular y profesional que nos tiene aún anclados en esta tierra ibérica.

Mis estudios en la Península, mi noviazgo y boda me han tenido aislado de mi tierra a la que solo he vuelto en ocasión de veraneo o Navidades, siempre con mi mujer y limitado a mi amplio círculo familiar. Perdí el contacto con Antonio, él dedicado a sus negocios familiares. Pero un día, no me acuerdo con qué motivo, alguien me dijo que se había casado con su compañera de Bachillerato, Josefina Veguero, de la que tenía tres hijos, compañera que lo había sido también mía junto con otras entrañables amigas de toda la vida, como han sido Florinda Díez, que de soltera vivía en General Antequera, y que a todos sus compañeros de estudios nos traía de cabeza, y Luisa Díaz, que lo hacía en Viera y Clavijo y hermana de otro entrañable compañero como Carlitos Díaz (todos ya desaparecidos), lugares estos ambos emblemáticos de este mi Santa Cruz.

Con este motivo le llamé por teléfono, hablé con él, y aunque supe que vivía en Enrique Wolfson, la verdad es que los proyectos de vernos quedaron en eso, en proyectos nunca realizados, y por ello conservo de Antonio el recuerdo alegre y fresco de nuestros años de bachillerato.

Estando en otra ocasión en Santa Cruz me informaron los amigos del fallecimiento de Antonio e inmediatamente llamé a Josefina, pero no hablé con ella sino creo que con su hija o una nuera y solo pude expresarles mi tardía pero muy sincera condolencia. A partir de entonces pude observar que su hijo mayor, también Antonio, tenía una destacada situación relacionada con el plátano según revelaban escritos suyos aparecidos en prensa como presidente de una asociación, lo que indicaba que seguía en la senda creada por su padre.

Pero tengo otro recuerdo muy ligado a mi compañero Antonio y también a mi tiempo de Bachillerato en La Laguna, porque uno de los emblemáticos edificios laguneros, y de la calle de La Carrera, como sabemos todos, es el Teatro Leal, siempre en competencia con el Guimerá de Santa Cruz y que al parecer goza en la actualidad de envidiable salud. Durante mis épocas veraniegas laguneras de bachillerato, era un sitio al que solíamos acudir cada vez que había película nueva; al "gallinero", por supuesto. Pues bien, resulta que los De la Cruz Chauvet tenían mucho que ver con el cine, cosa que siempre tuve confusa hasta que hace un par de semanas asistí en Madrid a la presentación, en Espacio Canarias, de un magnífico y amplio libro titulado "El cine en Canarias", de Aurelio Carnero y José A. Pérez-Alcalde (que recomiendo encarecidamente), que en el segundo de sus capítulos relativo a la exhibición nos aclara que el propietario y fundador del teatro fue don Antonio Leal Martín, de origen cubano, pero que la explotación fue arrendada a su pariente Juan de la Cruz Martín, lo que nos da luz en la relación de mi amigo Antonio con el teatro Leal. Seguro que desde allá donde nos contempla sonreirá dichoso al ver que su teatro Leal sigue quizás mejor que el primer día, hace ya casi un siglo.