FUI TESTIGO, más activo que pasivo, de los primeros carnavales que permitió celebrar en España el régimen del general Franco cuando perdió aquel rigor de costumbre, que casi le imponía el clero católico, y creo que el general empezó a notar que en países tan católicos como el nuestro, por ejemplo Italia con su famoso Carnaval de Venecia, lo celebraban y nadie los señalaba con el dedo. Al contrario, constituían una atracción para el turismo europeo y de otros países noveleros. Y ya ven, quien dicen que dio luz verde para celebrarlos en esta isla fue el muy querido e inolvidable obispo tinerfeño don Domingo Pérez Cáceres, mientras el gobernador civil jugaba a consentidor, desde luego con el visto bueno del Gobierno y organismos como el Ministerio de Información y Turismo, en que mandaba don Manuel Fraga Iribarne, fallecido el mes pasado. Sobre Fraga influyó el delegado del departamento en la provincia y muy querido amigo de este periodista Opelio Rodríguez Peña, también fallecido.

Hay que citar, para que se sepa como llegó el Carnaval a Canarias, porque, inmediatamente fue copiado y tratado de mejorar, sin lograrlo, por los canariones, que calcaron nuestro programa y nuestros números carnavaleros. Y, en este empeño, los gobernadores civiles de aquellos años hicieron la vista gorda y, prácticamente, autorizaron el Carnaval permitiendo el programa y los números, con auxilio e intervención de las Fuerzas del Orden.

Hay que contar también que el Carnaval tuvo un preámbulo, antes de su autorización completa, con el nombre de Fiestas de Invierno, gestión que llevó a cabo, principalmente, Opelio Rodríguez, con grupos que, sin autorización, salían a la calle con disfraces y artilugios apropiados y, naturalmente, prohibidos. Algunos de estos grupos fueron detenidos y llevados a la comisaría, en el edificio del Gobierno Civil, y uno de mis amigos, que fue apresado, me contó que, mientras estaban en comisaría, llegaron a visitarlos los miembros de un grupo semejante y les llevaron unos paquetes que los policías entendieron podían ser de botellas de vino. Pero lo que contenían eran limas de las uñas y cosas así, como para emplear en cortas las rejas de los calabozos y los policías se añadieron a la fiesta que se armó en el mismo calabozo.

Se hicieron famosos los bailes de Carnaval en el viejo y popular Parque Recreativo, que eran entonces el número principal de la fiesta carnavalera, donde la juventud, y hasta los menos jóvenes, acudían en masa porque constituían la libertad completa que recordaban los más viejos y casi desconocíamos los entonces jóvenes, quienes solo teníamos a nuestro alcance los finolis, respetuosos y muy correctos bailes del Frontón, del Iberia y del Círculo Mercantil, a los cuales, como en los del campo, iban las madres a vigilar a sus hijas y a poner orden en los bailadores atrevidos que se sobrepasaban. En el Parque había libertad de "movimientos" y hasta las progenitoras participaban en el jolgorio general. Lo recordamos y lamentamos la ausencia bailadora del Carnaval de hoy cuando el antiguo daba lugar a muchos matrimonios cuyo noviazgo comenzaba en ese bailoteo liberal. Lo echamos de menos y lamentamos su ausencia actual todos los que, entonces, éramos jóvenes y hasta algunos casados tardíos.