Que Manuel Fraga Iribarne es un personaje que no pasará en absoluto desapercibido cuando se hable de la historia reciente de España es una realidad que a la vista está. Ahora bien, es tanto lo que se ha dicho y publicado sobre su persona con motivo de su reciente fallecimiento, sobre todo sobre su actuación política, que en general unos lo detestan, los menos -quizá por el respeto que se merece toda persona fallecida-, y los más lo aplauden y ensalzan sin hacer mención a la importante responsabilidad política que tuvo en diversos cargos del franquismo. Tal es el caso del senador del Partido Popular Antonio Alarcó, que el pasado domingo, en estas páginas de EL DIA, hizo un recorrido biográfico de la trayectoria de Manuel Fraga obviando las trascendentales responsabilidades que tuvo durante la dictadura de Franco, al que apoyó y veneró con inusitada y reiterada vehemencia, no solo en los siete años que fue su ministro, sino también en otros cargos del Movimiento Nacional, partido único de la dictadura franquista. Y, sin ir más lejos, ahí están en el NO-DO y las hemerotecas las nítidas imágenes de jurar de rodillas cargos diversos luciendo la chaqueta blanca y la camisa azul del Movimiento, o saludando brazo en alto.

Ahora bien, siendo cierto su comprometido pasado franquista, no es menos cierto que lo mismo que se apasionó por el dictador y las directrices de este, también colaboró decididamente con la transición democrática de nuestro país tras la muerte de Franco, de ahí que resulte un personaje controvertido que le tendió la mano al comunista Santiago Carrillo y mantuvo la pasión por la política hasta los 89 años, en que falleció.

Le conocí en cuanto que ocupaba yo un escaño en el Senado cuando tomó posesión como senador, y lo mismo que recuerdo que algunos senadores se ausentaron en clara reprobación a su pasado franquista, el primero que se acercó a saludarle y felicitarle fue el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, todo un gesto espontáneo de saber estar a la altura de las circunstancias en ese momento. De él dijo Santiago Carrillo que fue un hombre muy de derechas, muy autoritario, y muy empecinado en sus ideas y actitudes, destacando su capacidad para adaptarse a los tiempos y elogiando su papel positivo en la aprobación de la Constitución.

Evidentemente, Manuel Fraga, que no tenía un pelo de tonto, sabía que tenía que sumarse al proyecto democrático si quería continuar en política. Así lo hizo y gracias a ello llegó a presidir el gobierno de su tierra, Galicia. Pero Fraga no trajo la democracia a España; quien lo hizo fue el pueblo español, que la pedía a gritos, y él, hábilmente, se sumó. No niego de Manuel Fraga su brillante currículum académico, tampoco su ingreso por oposición como letrado de las Cortes franquistas en 1945, o su acceso a diplomático al servicio de la dictadura, y de hecho fue embajador del gobierno de Franco en Londres. Catedrático de la Universidad de Valencia y de la Complutense de Madrid, académico, en 1962 fue designado ministro de Información y Turismo, donde cumplió la tarea asignada de intentar lavar la cara del régimen dictatorial en el ámbito internacional, y proteger con todo rigor la censura en los medios de comunicación.

Manuel Fraga siempre alabó el golpe de Estado contra la República de 1936; llegó a declarar "la calle es mía"; perteneció a gobiernos que firmaron penas de muerte; justificó la ejecución de Grimau, al que denominó "caballerete", y lo mismo afirmó que el euskera era una lengua muerta que sobre los nacionalistas había que ponderar colgándolos de algún sitio. Reconoció el aislamiento de Franco en el Pardo, y en una ocasión declaró que le oyó decir al dictador que este llevaba más de treinta años encerrado y aislado en dicho palacio. Cuando Franco decidió su sucesión, Manuel Fraga afirmó que los siete años en que tuvo la honra de ser su colaborador inmediato como ministro le supusieron una experiencia extraordinaria, considerándolo el mayor y más representativo de los españoles del siglo XX y uno de los mayores gobernantes de nuestra historia. Queridos lectores, juzguen ustedes.

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