Veo un reportaje de televisión, por cierto muy bien realizado, sobre la penosa situación del comercio minorista en España. Algunos establecimientos -pocos- sobreviven como pueden. Los hay que siguen vendiendo tanto como en otras épocas e incluso más, pero casi se pueden contar con los dedos de una mano. La mayoría ha cerrado ya o piensa hacerlo en las próximas semanas; como máximo en dos o tres meses. Me llama la atención el caso de cierta zapatería con varias décadas de antigüedad en una capital del norte de España que está liquidando, a precio reducido, su todavía abundante género para acto seguido echar el candado. Una de las dependientas, una señora que tímidamente le dice la edad al reportero cuando este indaga si no comete una indiscreción al preguntársela, todavía no sabe qué hará con 58 años cuando le entreguen la fatídica, además de anunciada e inexorable, carta de despido. En realidad, pienso que ella sí sabe lo que le espera, como sin duda lo saben todos ustedes.

Relato, sin entrar en demasiados detalles, este caso concreto porque es un ejemplo muy adecuado para describir la situación general. Si esa zapatería, al igual que la tienda que tiene puerta con puerta u otra situada en Canarias a más de 2.000 kilómetros de distancia, hubiese abierto hace un par de meses, hace incluso un par de años, entendería la situación. Si en Estados Unidos suelen fracasar casi en sus inicios siete de cada diez nuevas empresas -eso aseguran los expertos; afortunadamente, parece que sigue habiendo expertos para todo-, no existe ninguna razón científica para que nosotros seamos más listos que los gringos. Es cierto que ellos necesitan uno o dos días, como mucho, para los trámites legales a la hora de constituir una sociedad mercantil, mientras que en España, corriendo mucho, nos acercamos a los dos meses, pero ese es otro tema. Lo sorprendente, insisto en ello porque ahí radica el quid de esta cuestión, es que cierre un comercio, zapatería o lo que sea, que llevaba años y años de actividad. La crisis actual, con ser muy profunda y todo lo que se quiera, no ha sido la única sufrida por este país en el último medio siglo. ¿Por qué sucumben ahora empresas que han sobrevivido a otros baches?

Se quejan los pequeños comerciantes, sobre todo, de la competencia que les infligen las grandes superficies con precios a los que ellos no pueden llegar y horarios que no pueden cumplir. No les falta razón. Sin embargo, aunque este factor influye, y en muchos casos resulta decisivo, no puede explicar por sí mismo toda la debacle que viven esas pequeñas empresas y sus correspondientes propietarios. Hay algo más porque no solo se están perdiendo puestos de trabajo en el comercio minorista; no todos los 5,3 millones de parados -suma y sigue- que se desesperan sin remedio en este país eran dependientes de tiendas cuando tenían trabajo.

¿Dónde está el suelo de la crisis para el comercio y para el resto de las empresas españolas? A estas alturas dudo no solo de que exista alguien que lo sepa, sino también de que sea ese un dato que se pueda conocer con exactitud. Únicamente me permito apuntar que lo que nos está ocurriendo ni era previsible, ni resulta normal.