En efecto, es muy antiguo el refrán que asegura que Dios castiga sin piedras ni palos. No es que ya se conociera en el paleolítico inferior, como cree alguien, pero viejito sí que es. Lo digo porque sin piedra ni palo he sido yo castigado recientemente por presumido, engreído, sabelotodo, envanecido, presuntuoso... Ya saben ustedes que he dicho aquí que de verbos y conjugaciones sé un montón. Tanto de los regulares como de los irregulares. Aunque también dejé escrito y lo he dicho acá y allá que todo se lo debo a mi maestra doña Carmen Labrador, que no se limitaba a exigirnos que supiéramos conjugar los verbitos amar, temer y partir, que se los sabe todo el mundo, sino otros, como abolir, asir, tañer, discernir, yacer, roer, erguir, elucubrar... que tienen sus más y sus menos en algunos de sus tiempos.

Recuerdo cuando doña Carmen nos enfrentó, por vez primera, con el verbo satisfacer, cuyo pretérito imperfecto de subjuntivo, en su segunda persona del plural es vosotros satisficierais o satisficieseis, en lugar de satisfacierais y satisfacieseis. Resumiendo: los verbos, todos los verbos eran para nosotros pan comido.

Pero vuelvo al principio para hablar del refrán que habla de piedras y palos con los que puede castigarnos Dios. Me he llevado estos días un merecido sofocón al encontrarme de frente, sin comerlo ni beberlo, con un verbo aparentemente inofensivo, pero que lleva en su interior un poco de mala uva. O un mucho, no sé. Y no crean ustedes que me lo encontré en un libro sobre temas gramaticales. No, señor. Estaba esperándome en el diario deportivo Marca, que leo diariamente por obligación. Allí, casi en un rincón, un reportero había escrito estas palabras: "Podemos señalar que este Madrid se en dieciséis jugadores". ¿Cimienta? ¿Qué palabra es ésta? Creí que el pobre señor, en lugar de escribir cimenta, se había equivocado gravemente. Y le salió lo que le salió.

Pero como el gato escaldado huye del agua fría, decidí consultar algunos de mis nueve diccionarios. (Perdonen ustedes mi nueva pedantería, pero es verdad que tengo nueve diccionarios. Otros coleccionan vitolas de puros y no pasa nada). Comienzo por consultar el DRAE, para quien el verbo cimentar se conjuga como acertar, lo que quiere decir que tiene razón el cronista; pero como sigo con mis dudas, entro en el María Moliner. Y aquí se limitan a decirme que se trata de un verbo regular, lo que me da la razón, con gran regocijo de mi parte y el malestar del periodista, si ha leído mi artículo, que lo dudo. Se asegura luego en el Panhispánico que hay quien lo considera regular (yo cimento) y quien lo conjuga como irregular (yo cimiento), o sea, con diptongación.

Pero voy a presumir otra vez: ya tengo el nuevo Diccionario de Dudas y Dificultades de la Lengua Española, que el notable académico don Manuel Seco acaba de publicar. Y dice don Manuel que, para él, estamos ante un verbo irregular, o sea, con diptongación y que se conjuga como cerrar. Así que el cronista de Marca tiene sus razones para escribir que "el Madrid se ", mientras yo sigo empeñado en que debe decirse que "el Madrid se cimenta". Como don Manuel Seco parece tener cierta lástima de mí, asegura que actualmente se tiende a conjugar el dichoso verbo como regular, aunque en tiempos de Quevedo no era lo mismo. Y dice también que en Hispanoamérica ocurre otro tanto. No puede imaginarse el académico señor Seco cuánto me alegro de su bondad hacia mí.

Habrán visto ustedes, de todos modos, que sin piedras ni palos han sido castigados mi engreimiento y mi petulancia al asegurar aquí, ya no sé cuántas veces, que ni mi maestra ni yo teníamos, a la hora de conjugar cualquier verbo, ni la más ligera duda.

Estoy escribiendo sin tener delante ya los diccionarios consultados. Y esto es un problema porque, a lo peor, lo que dije de Quevedo y Sudamérica no lo leí en el diccionario de don Manuel Seco, sino en el de María Moliner. Me inclino más por el señor Seco, quien, a pesar de su condición de académico de la Lengua, algunas veces -muchas, diría yo- parece ir por libre. Es justamente lo que ocurre con don Arturo Pérez Reverte, quien sigue acentuando el adverbio sólo y los pronombres demostrativos éste, ése y aquél, que es, justamente, lo que yo hago. Aunque, si he de ser sincero, nos estamos quedando solos don Arturo y yo.