COMO aficionado a la pesca deportiva que soy desde siempre, no pude sustraerme a la visión, el pasado sábado, de contemplar la maniobra de varada de una pequeña falúa llamada "Moisés II" en la localidad de Los Silos, junto a la zona de Sibora. Allí, en una pequeña cala resultante del refuerzo de la escollera de la piscina municipal, presencié los esfuerzos del patrón por enfilar convenientemente su embarcación hacia la rústica rampa de varada, bastante impropia para salvaguardar la integridad de la quilla al contacto con esta. Después de varias intentonas, y hablo de un día de mar en calma, el marinero de proa saltó a la escalinata con riesgo de partirse una pierna en los resbaladizos peldaños, para situarse en tierra y ayudar a los espontáneos del lugar, los cuales, tras colocar los correspondientes travesaños de madera para deslizar la barca, la sujetaron por ambas bordas hasta dejarla finalmente en seco.

Es esta la peripecia cotidiana para varar un bote, especialmente cuando se carece de grúa elevadora para izarlo y ponerlo a salvo en tierra, porque no ignoramos que esta ayuda no está presente en todos los refugios y los que sobreviven del arte de la pesca son un número cada vez menor, que, dadas las circunstancias, se ven obligados a vivir la mitad del año con lo ganado la otra mitad, ya que los temporales y la carencia de medios de refugio y varada no permiten hacerlo de forma permanente. Acorralados, pues, por las carencias y la desatención de la Administración, este oficio seguirá en franco declive hasta su total desaparición. Que vayan mentalizándose los ciudadanos, pues, en escasos años, el rito de comerse un pez recién pescado será materia de relatos de otros tiempos.

Viene a cuento este preámbulo por la negativa reciente de la Dirección General de Costas a dar el permiso para la remodelación del refugio pesquero de la Punta del Hidalgo "pobre", donde, al parecer, se contaba con lo principal para ejecutarla: el dinero. Una partida económica consignada por el ayuntamiento y con el apoyo del cabildo insular. Algo vital para la supervivencia del sector pesquero del municipio, uno de los más importantes de la zona norte, que se ve obligado a fondear sus embarcaciones durante seis meses en la chicharrera playa de Las Teresitas, con los consiguientes inconvenientes que supone estar alejado de su entorno habitual.

Llegado a este punto, sería pertinente que el flamante nuevo subdelegado del Gobierno tomara cartas en el asunto para agilizar con Costas ese tan demandado permiso que ahora se niega a conceder un organismo subjetivo que reside, como otros tantos, en la lejana Villa y Corte de este reino de las Españas, seudocolonia incluida.

Desposeída Canarias de su flota artesanal, víctima de los avatares de la política comunitaria con Marruecos, que la obliga a limitar el cupo de barcos y el tiempo de capturas, solo queda el resquicio de la pesca de bajura para sobrellevar la crisis económica de un sector cada vez más minoritario. Un resquicio que cada día se resquebraja por la falta de recursos y por la deserción o longevidad de los pescadores de toda la vida. Así que es menester también que tanto la autoridad municipal como la insular ejerzan la presión necesaria para que los sufridos pescadores de la Punta tengan, como compensación a los peligros que suelen afrontar desde siempre, un medio más seguro para mover, botar y varar sus embarcaciones. El ejemplo reciente de la inmediata inauguración del puerto pesquero-deportivo de Garachico tal vez llegue un poco tarde, pues, por lo visto, en dicho municipio los pescadores censados no llegan ya a una docena.

Visto lo visto, ¿cuándo se va a generar una política de relanzamiento de esta actividad artesanal, dotando el litoral de la Isla de los convenientes refugios, provistos con rampas de varada en condiciones y grúas elevadoras o "travelings" para embarcaciones de mayor calado y tonelaje? Quizá una fórmula sería la de autorizar a la iniciativa privada a crear puertos deportivos, donde obligatoriamente se tuviera que delimitar un área para la pesca profesional.

Esta opción sería, sin duda, el mejor acicate para impulsar de una forma definitiva el manifiesto declive de una actividad que ha sido desde siempre un recurso más de la economía local, pues no olvidemos que si falla la financiación pública lo mejor es buscar el consenso de algún modo con la iniciativa privada. Pero, claro, en este caso volveríamos a tropezar con la subjetividad de un órgano estatal que, como otros tantos, está absolutamente ajeno a los verdaderos problemas de Canarias. Y así nos va en todo lo que nos propongamos realizar. Véase el ejemplo de la Punta del Hidalgo y el frenazo administrativo ya expuesto.