Hemos asistido estos días a la parodia de la reforma laboral entre sindicatos, empresarios y administraciones, consistente en hacer creer al ciudadano que tras arduas deliberaciones sobre cómo relanzar el empleo (tipos de contrato, días por despido, movilidad, porcentajes por encima o por debajo del IPC...) alguien con grandes ideales y valores vela por nuestros intereses.

Liturgia que no tiene otro fin sino que el obrero, como el esclavo o las mulas de carga, no muera por exceso de trabajo o por falta de manutención, que esté sano para poder trabajar y aportar beneficios al gran empresario y especuladores financieros.

Y, como a los burros, le ponen la zanahoria delante las narices, con toda una escala de categorías profesionales para que entren en competición por los mejores puestos y salarios. Y en ese clima laboral de desconfianza mutua, como adversarios y no como colaboradores, se despedacen por conseguir sus objetivos de éxito individual, es decir, lo que los amos tenían establecido de antemano.

Los amos, en estrategia magistral, han sustituido la amenaza y la tortura para someter al esclavo por "la competitividad" para someter al obrero. Ya no es necesario temer al capataz de la plantación blandiendo el amenazador látigo. Son tus propios compañeros los que te hundirán si te interpones entre ellos y las metas que les imponen sus amos.

Y mientras los ricos estudian para ser alguien de "provecho" en el futuro, los pobres trabajan y les arreglan el presente. Ese acuerdo "democrático" en el que las dos partes colaboran por un futuro mejor, para que ninguna de las partes se sienta agraviada, se lleva a la práctica por los obreros...; los ricos se han aprovechado de ellos.

Un obrero de iglesia pobre La alegría del don de la vida

A nadie le es lícito atentar contra la vida e integridad física, propia o ajena, porque se trata de un derecho soberano de la deidad. La vida no debe ser arrebatada por los hombres. Este es el derecho fundamental, inviolable e inalienable que poseen todos los hombres a la existencia, a la integridad corporal, a los medios necesarios para un decoroso nivel de vida. Derecho que nadie puede lesionar.

El primer homicidio de la Humanidad fue el que cometió Caín al matar a su hermano Abel. Pablo VI afirmó que "la vida humana está sustraída a cualquier poder arbitrario que pretenda suprimirla, es intangible, es digna del mayor respeto, de todos los cuidados y de todos los sacrificios que se le deban".

El aborto es un crimen abominable de un ser inocente, indefenso y débil. Desde el primer instante de la concepción, no es lícito detener el desarrollo natural de un proceso en el que está comprometida la acción creadora de Dios, por lo que la vida es sagrada desde el primer momento de la concepción.

Es ilícito que quienes gobiernan y legislan olviden que es función de la autoridad pública defender, con leyes y penas convenientes, la vida de los inocentes que todavía están encerrados aún en el claustro materno.

La vida humana es también inviolable hasta el último instante de su supervivencia natural en el tiempo. Por lo tanto, la eutanasia o directa occisión, muerte violenta, de los ancianos o enfermos desahuciados, inválidos, enfermos terminales o en estado vegetativo, con el fin de evitar sufrimientos, resulta tan injustificable como cualquier otra especie de homicidio. Sin embargo, se deben utilizar narcóticos o sedantes que mitiguen el dolor, ayudando al enfermo a sobrellevar sus penalidades.

También es obligado salvaguardar la integridad y la salud del propio cuerpo. El hombre, al no ser dueño de su propia vida, no tiene sobre sus miembros otro dominio que el que se refiere al cumplimiento de sus funciones naturales; no puede destruirlos o mutilarlos ni hacerlos ineptos para los fines a que los ha destinado la naturaleza.

Clemente Ferrer

(Madrid)