Casi al final de la aventura, me siento a descansar. Hago memoria de mis días, cuento mi vida

una vez más (Carlos Pinto)

EN MIS ÚLTIMOS viajes a Tenerife, donde lo de "último" es solo una posición en el discurrir del tiempo, y no saquemos conclusiones falsas, he vuelto muchas veces a lugares en los que transcurrió mi infancia y primera juventud, tanto en Santa Cruz como en La Laguna y otros puntos de la Isla, que en realidad conozco muy poco, ya que en mi tiempo -y no como ahora- o se iba a donde fuese en guagua o andando, o de lo contrario uno se quedaba en casita. Lo he dicho ya varias veces y ustedes me perdonen por esta insistencia: cuando mi padre y yo, los domingos en la mañana (en aquellos años no había fin de semana y se trabajaba al menos seis días a la semana), nos lanzábamos a la calle con nuestra vestimenta de excursionista (mi padre hasta se ponía leguis de cuero y cogía un bastón, nunca supe para qué), los chiquillos, medio golfillos, que andaban armando guerra por la calle en aquellos primeros años 30, nos tomaban por ingleses, porque solo esos se atrevían a salir así vestidos a la calle. Y la fauna del inglés era bien conocida entre nosotros por los barcos aquellos, que a nosotros nos parecían enormes; los barcos de turistas que igual llevaban doscientos o trescientos pasajeros, cuando hoy llevan cinco mil y, eso sí, se siguen hundiendo como antes al chocar contra las rocas que están ahí desde hace miles o millones de años y que la técnica modernísima es, por lo visto, incapaz de detectar en su momento. Y como nos tomaban por ingleses nos pedían "uan peni" ("one penny" en versión original), petición que mi padre casi siempre ignoraba, haciendo a veces ademán con el dichoso palo, aunque otras sí que les daba unos céntimos. ¿Qué se podía hacer con unos céntimos? Pues piensen ustedes que el periódico, creo que coincidiendo con la llegada de la Segunda República del 31, subió de 10 a 15 céntimos, de lo que me acuerdo porque era yo quien iba a comprarlo los domingos a un quiosco de la Rambla, para que ustedes comparen por sí solos. En esas excursiones generalmente cogíamos una guagua que nos llevaba a algún punto que mi padre estimaba de interés y donde a su llegada empezaba realmente la excursión, aunque algunas veces, pocas, empezábamos del mismo Santa Cruz.

Pero mis primeros recuerdos se centran en cuando íbamos con mi padre a ver las obras que se realizaban en la calle Lucas Fernández Navarro (luego General Sanjurjo y ahora un impensable "Los Sueños" o algo parecido), donde a comienzos de la calle, en los pares e impares, se construían una serie de viviendas individuales de dos plantas que se prolongaban, aunque no con carácter exclusivo, hasta la calle ahora, y desde 1936, de Santiago Cuadrado, pero que inicialmente se llamó nada menos que José Nakens, periodista anarquista, con lo que ambos nombres reflejan dos épocas de la vida española tan diferentes. La casa estaba en estado avanzado de construcción y en ella nacimos todos los hermanos, excepto los dos mayores, es decir, que debía tratarse del año 1925 o por ahí.

Cuando mis padres se casaron, en 1920, se fueron a vivir a la calle Álvarez de Lugo, en pleno barrio de Duggi, porque la parte de la calle entre Rambla Pulido y Costa y Grijalba es de ejecución más reciente. La casa estaba situada entre las calles Progreso y Noria Alta, que luego recibió el glorioso nombre del nobel Ramón y Cajal. En aquella zona había una pequeña elevación del terreno de unos diez metros de altura según vemos en el libro de Juan Arencibia que nos da a conocer la historia de las calles de Santa Cruz, zona que se llamaba "El Monturrio", y que sigue conservando ese nombre aunque la zona está ya nivelada. La casa en la que nací ya no existe, aunque cerca hay, en la esquina con la calle Progreso, una vivienda que se me antoja similar, con un hermoso framboyán a la entrada y en la que vive un sobrino mío, zona donde en diferentes épocas han vivido sus abuelos paternos y maternos, lo que da al lugar un especial encanto familiar.

En la esquina con Rambla Pulido, en el gran edificio que hizo historia en Santa Cruz por su tamaño, estuvo muchos años Radio Club Tenerife-EAJ 43, lo que trae a mi memoria la reciente disertación de José Moreno en una reunión de Hidalgos de Nivaria, donde expuso de manera magistral la influencia de las emisiones de radio en los comienzos de la Guerra Civil.

En mi casa de Lucas Fernández Navarro creció nuestra familia hasta que en el 36 nació nuestro hermano más joven, Rafael, aunque dos años antes había nacido mi hermano Paco, que siempre fue un muchacho listo, cumplidor y estudioso en la medida que es posible serlo sin presión alguna. Quizás él no se acuerde, pero según me han contado, pues yo me había ido a estudiar a Madrid, con menos de 6 años jugaba sus partidas de ajedrez en el Club Náutico, lo que hacía con el abogado, y luego historiador y notario, Marcos Guimerá, que entonces estaba preparando sus oposiciones, que ganaría brillantemente en Madrid en su primer intento, siendo para cuantos estudiantes compartíamos la Pensión Amiano, en la calle del Prado nº 10, un continuo ejemplo de seriedad y dedicación. Guardo de mi hermano Paco un recuerdo muy especial, pues en el año 1942, estando yo de vacaciones en Santa Cruz y pendiente de los exámenes de ingreso de septiembre, de los que me faltaba únicamente el tercer y último ejercicio, le preguntaron a mi hermano, que estaba en preparación de su Primera Comunión, que qué cosa le pediría en especial al Señor en tan solemne momento, a lo que respondió: "Que Pepe apruebe el Ingreso", petición que fue atendida de forma tan eficaz que efectivamente ingresé en esa convocatoria al aprobar un grupo especialmente difícil, ya que trataba de cálculo integral y ecuaciones diferenciales, algo que no se precisaba para el ingreso en las demás escuelas especiales.

Aquella casa de Lucas Fernández Navarro tenía unos techos especialmente altos, con lo que la escalera era tremendamente empinada, de peldaños de granito y hasta de cierto peligro si no se subía o bajaba con alguna precaución y agarrado a la barandilla, algo que los hijos solíamos olvidarnos de hacer, que fue seguramente lo que le ocurrió a Paco siendo niño de dos o tres años, cuando, estando un día mi padre aún en la mesa terminando de comer, vio horrorizado cómo su hijo más pequeño rodaba escaleras abajo, tratando de protegerse con sus manitas extendidas, aunque afortunadamente no tuvo al final ni un rasguño, pero su padre en cambio sufrió un ataque de ansiedad. En aquellos años, estando yo en 5º o 6º de Bachillerato, debía de tener un fuerte catarro, que entonces se combatía con unos vahos de eucalipto que se desprendían de una bandeja con agua hirviendo con la adición de hojas de eucalipto, que se aspiraban manteniendo la cabeza sobre la bandeja y una toalla sobre la cabeza y la bandeja que mantenía los vahos para ser aspirados debidamente. Pues, un buen día, algo debió de hacer el niño que se le vinieron todos los vahos encima junto con el agua caliente y todos pasamos unos momentos de angustia hasta que se recuperó.

En casa siempre fuimos aficionados al mar, desde mi madre, que siendo soltera formaba parte de aquellas tripulaciones de jóvenes remeras para grandes barcas que asemejaban a yolas, hasta todos sus hijos e hijas, tanto en yolas como en balandros; e incluso yo mismo participé en el primer equipo de natación del Náutico, como me recordaba el otro día el general togado y compañero entrañable Pablo Matos Marten, que también formaba parte del equipo con sus hermanos. Mi padre había instalado en el comedor de casa una gran pizarra mural en la que hacíamos ejercicios de matemáticas, aunque imagino que se usaría también por mi padre para sus clases particulares, aunque nunca vi una de ellas. Que ese pudo ser su fin no me cabe duda, pues yo mismo, en ese año 42 al que antes me refería, me cupo la ocasión de dar clases de repaso de matemáticas a una jovencita que había suspendido 4º o 5º de Bachillerato, lo que fue una especie de compensación, ya que su padre me había dado clases a mí antes de marchar yo a la Península. Su padre era nada menos que don Serafín Junquera y la niña suspendida Paquita Junquera, a quien el Torneo Salvador Lecuona, en su X edición, dedicó el pasado mes de octubre una placa conmemorativa a su actuación como jugadora calificada de tenis, trofeo que recogió su familia dado su reciente fallecimiento, al tiempo que yo tuve el honor de recoger otra dedicada a mi mujer, Nena Cañadas, cuya enfermedad le impidió asistir a acto tan entrañable. Esa pizarra nos servía, además, para atender los ruegos de mi hermano Rafael de que le pintara en la pizarra "un barco velero", mientras que mi hermano Paco estaba especialmente interesado en el buque "Planero Tofiño", de la Armada, que por aquellos años se encontraba realizando servicio de levantamiento de planos en nuestras islas, donde permaneció muchos años.

Ahora, setenta años después, estas escenas que he tenido ocasión de revivir en estas mis recientes estancias en mi isla de Tenerife no hacen sino acrecentar el cariño que casi al fin de la aventura siente uno por su tierra y sus gentes.