ETA ya no tiene el cronómetro de la vida política española. Hubo un tiempo en que casi se llegó a crear un consenso social sobre la idea de que la organización terrorista no podía ser derrotada y, en consecuencia, que no quedaba otro remedio que negociar con ella. Eso se acabó. Esa es su tragedia.

Su disolución no es una prioridad para los españoles, porque la derrota no tiene urgencia de confirmación: es un hecho probado. La mentira le complica a ETA la vida. Tres etarras armados en una estación ferroviaria vecina a París es una mala noticia para ellos. Tenían material reciente para fabricar explosivos y para falsificar documentos. Con eso no se hace una verbena ni una fiesta de cumpleaños. Eso es actividad armada o terrorista, como la quieran llamar.

Sus comunicados son desmentidos por sus hechos. Pero ni siquiera es relevante su evidente engaño. Lo que le debiera preocupar a ETA es que a nadie le importa un pito ya lo que hagan, porque todos hemos interiorizado su derrota. Interiorizado de que ETA está derrotada quiera o no certificar su defunción.

Quienes tienen prisa son sus presos. Quienes miran el reloj son quienes les apoyan. Quienes trabajan en contra del tiempo son sus capitanes.

La esperanza del mundo abertzale es que la movilización social en Euskadi obligue al gobierno de Rajoy a acelerar medidas que favorezcan a los presos. Ahí cuadra su error: miles de personas pidiendo libertad para quienes cumplen condena por asesinato es solo una anécdota sin consecuencias.

La detención de los etarras armados en París es una mala noticia para todos los miembros de ETA, porque reafirma al Gobierno en la idea de que no tiene ninguna necesidad de hacer nada hasta que los miembros de ETA entreguen las armas y se hagan cargo de sus responsabilidades civiles y penales.

Si ETA sentía que podía tener valedores en el Gobierno Vasco, en el PNV y en algún sector de la sociedad española, la evidencia de que siguen jugando con armas y explosivos libera a todos de cualquier gesto a favor de que el Gobierno haga los suyos. El cronómetro de ETA se ha quedado atascado porque nadie le hace el menor caso.