La foto que dio la vuelta al mundo de la ministra de Trabajo italiana condolida por los ajustes que debe imponer a la clase media trabajadora de su país me recuerda, por asociación de ideas, un programa de televisión reciente en el que se desgrana en un reportaje de actualidad el mercado de la compraventa de inmuebles, las hipotecas impagadas, etc.

Déjenme que les pinte la escena y los personajes de una obra en dos actos: una pareja de mediana edad nos enseña su piso y nos refiere que posee sobre el mismo una hipoteca a 35 años cuyas mensualidades no han dejado de pagar hasta el día de la fecha, pero que a partir de ahora no van a poder enfrentar porque ambos se han quedado sin trabajo y, también en ambos casos, el subsidio de paro se les termina, con lo que afirman con tristeza que deben devolver su casa al banco sin saber dónde van a ir a vivir ni de qué van a comer sus hijos. En el siguiente acto aparece una situación totalmente distinta: una señora muy bien vestida y que dice ser médico, al igual que su marido, solicita comprar un piso de lujo en una de las áreas más céntricas de la ciudad, a la vez que nos pontifica, por si no lo supiéramos, que "este es un buen momento para invertir, porque los precios de los pisos están tirados y por cuatro perras los puede adquirir cualquier persona que, como nosotros, pueda pagar a tocateja y en cash. Sí, lo queremos para invertir y hacer negocio", apostilla. Y yo me quedo pensando en algo obvio: esta no es una crisis mundial ni siquiera nacional, sino una crisis para la clase obrera que hace más pobres a los pobres y más ricos a los ricos, una crisis fabricada por los amos que luego han de pagar y soportar las gentes de la calle, una crisis despiadada que echa de sus lares a los que casi nada poseen y aumenta la riqueza de los que no dependen de aquella para seguir viviendo.

La obra finaliza con un epílogo en que un coro de felices señores feudales, políticos y banqueros dicen poseer más castillos, más servidores, más riquezas, gracias a la bendita y provindencial crisis, mientras que allá abajo, en el llano, los labriegos de turno lloran entre bambalinas su pobreza de siglos.

La antes aludida situación de la política italiana a la que se le cae la cara de vergüenza ante sus administrados habla por sí sola, pero yo he querido recrear con similar máscara griega la antigua tragedia que se repite generación tras generación.

Jorge Picazo Díaz

(Santa Cruz de Tenerife)

La mejor canción

A mi vuelta a Madrid después de unos días de fin de año y Reyes en Santa Cruz, leo prensa atrasada y me encuentro en el ejemplar de EL DIA del 24 de diciembre un bellísimo comentario de don Artemio Rodríguez Méndez en el que nos cuenta, y leo emocionado, la historia del villancico alemán que nosotros llamamos "Noche de paz" y que ellos bautizaron como "Stille Nacht, heilige Nacht". Y me entero de un montón de cosas que desconocía, así como imagino que la inmensa mayoría, no ya de los canarios y españoles, sino de todo el mundo, cristianos o no, ya que es sin duda una de las canciones más cantadas en todas partes.

Lo primero que he sabido es que los creadores de la letra y de la música no eran en realidad alemanes, sino austriacos, y no de grandes ciudades, sino uno sacerdote y el otro organista en dos pequeñas aldeas en las montañas al norte de Salzburgo. Y que fue interpretada por primera vez la "Misa del gallo" del año 1818, dentro de nada hace dos siglos.

Yo la empecé a cantar en los primeros 30 en el Colegio Alemán de la calle Numancia, al menos en dos Navidades, para pasar luego a hacerlo en el Paedagogium Teneriffa durante al menos otros tres, si bien en este interpretaba la segunda voz en el coro del colegio. Por aquellos años era una canción propia de extranjeros y solo luego, por el fenómeno del cine y posteriormente de la televisión, se extendió a todo el país, como en el resto del mundo, donde los países de origen anglosajón siempre la cantaron.

Es curioso que en las versiones en los idiomas que más o menos conozco el título de la canción no conserva el original de "Noche tranquila, noche santa". Gracias a don Artemio, que me ha hecho recordar tiempos felices de mi infancia.

José Mª Segovia Cabrera