ENTRE los propósitos para 2012, estreno como novedad no hablarles más de política. Los dos hechos que les relato son verídicos y se los transmito con el grado de objetividad que uno puede, siendo protagonista paciente de los mismos.

En las vísperas de Reyes, el anuncio de la lotería -buenísimo como casi todos los suyos- lo protagonizaba un niño de no más de cinco años que se sabía las raíces cuadradas, traducía al inglés o se entretenía con los retorcidos secretos de la química, y del que su madre concluía: "Este niño nos retira", en un exquisito juego de palabras y significados.

Lo de hoy también va de méritos. Excelencias que se llaman ahora.

El jefe de ventas. Transcurría la segunda semana de diciembre y ocurrió lo que se venía barruntando. El todoterreno se cansó de tirar aceite, de poner el agua a mil y dijo hasta aquí hemos llegado. Impartidos los últimos sacramentos, con la pena correspondiente, lo llevé a la UVI -taller de Miguel- y me pongo a buscar sustituto. Allí, en el centro comercial La Villa, veo abierto un concesionario. Me encandiló uno de sus modelos y pido información a la chica que amablemente me atendió y me habló de uno en concreto que estaba muy bien de precio -por aquello de final de año- y que lo iba a comprar un señor al que los bancos no debían de querer mucho, porque ninguno quiso hacerle la operación. Pasados un par de días, tomo la decisión y doy el visto bueno a la comercial para que proceda a ultimar los detalles. Hasta ahí todo normal. Me cita para firmar a las siete y media de la tarde. Acudo feliz y contento -a pesar de que Miguel había resucitado al muerto-. Me siento y... comienza el carrusel de firmas. Creo que eran cinco. En la cuarta rúbrica me para y me dice: "Mira, Alejandro -ya había cierta confianza-, tengo que decirte, porque a mí me gusta decir siempre la verdad, que el coche que estás firmando no es el que te dije. -¿Cómooor?, dije medio desencajado. -Bueno, es igual, pero este no es blanco metalizado. Es blanco normal. Yo no salía de mi asombro. -Vamos a ver, qué historia es esta. -No, es que hubo una falta de comunicación con mi compañera del otro turno... y ella lo vendió. -Pero cómo se puede vender un coche dos veces. ¿Qué seriedad es esta...?

En ese momento, el jefe de ventas -llamémosle Antonino por decir algo-, cuyo despacho se encontraba inmediatamente detrás de la mesa en la que me atendían, interrumpe para decir: "Oiga, es que los coches se reservan con dinero". Yo ya no podía más. -¡Ustedes me han dicho algo! -El cliente tiene razón -dijo la comercial con evidente pesadumbre-. Prosigue el iluminado jefe: "Pues así, si tiene un roce le sale más barato el arreglo. Y además, no se queje del precio que le hemos dejado cuando si los viera juntos ni los distinguiría". Ahí lo dejé. La chica se disculpó y rompió los contratos. Pregunto: quién ha puesto a este señor tan arriba. Qué méritos tiene -después me enteré de que corría o había corrido en ralis-. Me encargaré de que la gerencia tenga conocimiento de a quién tiene allí. Lo suyo, entiendo yo, hubiera sido pedir disculpas ofreciendo compensaciones (le pongo esto o aquello, perdone la descoordinación...). En fin, que este niño nos retira. A mí me retiró de la marca. Ya compré otro, de otra marca, blanco metalizado.

El guardia civil. Pasó ayer -jueves- a las cuatro y veintitrés horas de la tarde. Me dirigía a Playa de las Américas, con mi flamante coche blanco nuclear. A medio camino, atisbo a una pareja de motoristas de la Guardia Civil circulando uno detrás de otro pero bastante separados para lo que suele ser habitual. Al llegar a su altura señalo la maniobra y adelanto al último volviendo al carril derecho -haciendo caso a la publicidad de la Dirección General que nos dice cada día que "el conductor más seguro es el que más veces vuelve al carril derecho"-. Al momento, el motorista adelantado se pone a mi altura por el carril de la izquierda sin adelantarme ni hacer nada. Lo miré varias veces pensando que me querría indicar algo..., pero no. Así durante al menos un kilómetro. Por fin se decidió a ponerse en el carril derecho tras adelantarme. Aminoré un poco la velocidad, 110 marcaba el velocímetro, y me distancié un poco. Me adelanta una furgoneta que se pone entre el motorista y yo. A lo lejos, un camión circulando un poco más despacio, lo que obliga a que primero los dos motoristas y la furgoneta lo adelanten. Lo adelanto también y vuelvo a la derecha. Decido, pues la velocidad rondaba los 100 km, adelantar y vuelvo a la derecha tras el guardia civil más retrasado, al haber mucha distancia entre ellos dos. Como un cohete, me adelanta y me indica con gestos que le siga, pero de pronto ve que la furgoneta nos va a adelantar y sale como una exhalación hacia el carril izquierdo y no sé cómo no se lo llevó por delante, menos mal que el conductor iba superatento porque, Dios mío, qué imprudencia. Le hace los mismos gestos que a mí y ahí nos tienes al motorista, a la furgoneta y a un servidor en armoniosa caravana durante no sé cuánto tiempo y distancia -muchísima me pareció- hasta que llegado el desvío de Arico nos hace subir por aquella entrada y nos obliga a parar en el estacionamiento de las guaguas.

El número de la Guardia Civil -no sé si se siguen llamando así- "atendió" primero al chico de la furgoneta, que, el pobre, no se atrevía ni a hablar. Le encasqueta la misma multa por el mismo motivo. Después se acercó a mi y me dice que tengo que saber que no puedo adelantar tan despacio -hala, otra vez los ojos como platos- y que me iba a extender la correspondiente denuncia.

-Mire, agente. Usted sabe que no es verdad. Ni he cometido ninguna imprudencia, ni he puesto en peligro a ningún vehículo o peatón, ni he faltado a ninguna señal y el adelantamiento que he realizado se lo he hecho a usted, que es al que he adelantado en el tiempo normal y prudencial. Usted iría a 110 y yo lo adelanté a 120. Y usted lo sabe. Usted sí ha circulado paralelo a mí durante más de un kilómetro, que pensé que quería decirme algo. Y, luego, el adelantamiento que le hago es absolutamente normal, como todos los que hago desde hace más de treinta años y tengo como testigos al conductor y a los dos ocupantes de la furgoneta que lo pueden corroborar. Usted no tiene ni siquiera a su compañero, que ojalá lo hubiese visto, pero como iba tan adelantado...

Me bajo del coche y me dice que me tengo que poner el chaleco. Lo hago y me dirijo al otro guardia civil. Le digo: "Por favor, quiero que usted sea testigo de lo que voy a decir". Le relato lo que he contado más arriba sobre lo acontecido y pregunto al terminar al denunciante: "Dígame, delante de su compañero, qué es mentira de lo que he contado". Me dice, sin inmutarse, que no me ha estado escuchando. Yo, perplejo. Su compañero, avergonzado -eso me pareció a mí-, se dio media vuelta como diciendo "trágame tierra". Y prosigue con que me va a informar de mis derechos. Le digo: "Renuncio a mis derechos. No quiero que me lea nada. Está abusando de su autoridad. Coño, que usted ha nacido en democracia. No voy a firmar la multa porque ninguna infracción he cometido y voy a procurar que acciones como esta no se repitan. La Guardia Civil, que yo sepa, tiene otros cometidos y no precisamente amedrentar a la gente. Flaco favor le está usted haciendo al Cuerpo".

Por último, cuando me iba a entregar la denuncia, le digo: "Por favor puede quitarse las gafas de sol y mirarme cuando me habla, quiero saber con quién estoy hablando". Me dice que yo no sé sus problemas de salud con la vista. Ah vale. Me pregunta si voy a seguir en la dirección que llevaba y le digo que sí.

¿Cómo un agente de la Guardia Civil puede hacer estas cosas? Intentaré en la medida de lo posible que este comentario-informe llegue a sus superiores. Siempre he tenido otro concepto muy diferente. Tanto que hasta me examiné y aprobé para entrar en la Benemérita. Finalmente opté por la docencia, pues ambas pruebas se realizaron en fechas casi coincidentes.

Definitivamente, este chico tampoco nos retira, pero, joder, qué mal me lo ha hecho pasar. La impotencia es "mu mala".

Feliz domingo.

adebernar@yahoo.es