ALGUNAS comparaciones resultan, aparte de todo lo demás, sorprendentes. Por ejemplo, una muy de moda estos días acerca de lo poco o lo mucho, generalmente lo mucho, que podrían evitarse los recortes de las administraciones públicas si no se dejaran de pagar tantos impuestos como se dejan de pagar; es decir, si no existiesen tantos tramposos con el fisco. Una apreciación que debemos circunscribirla, al menos en primera instancia, a quienes no cobran un salario, habida cuenta de que el impuesto sobre la renta de las personas físicas está, nunca mejor dicho, bastante fiscalizado.

Ciertamente vivimos en un país de tramposos; una sociedad -se ha dicho tantas veces...- en la cual los patronos engañan a sus trabajadores y al revés. Conozco algunos países -todos los conocemos- en los que a nadie en su sano juicio se le ocurriría alardear de que tima al Estado en el pago de sus impuestos. No, porque acabaría en la cárcel más pronto que tarde; eso también le puede ocurrir al osado en España, aunque tampoco es seguro que le suceda. Y si se ve en ese trance, seguramente saldaría su atrevimiento con una corta estancia en el talego. (En España, tengámoslo presente, se puede matar a una chica, confesarse autor del homicidio, negarse a revelar donde está el cadáver para que sus padres ni siquiera tengan el consuelo de darle un entierro digno y conseguir el criminal que solo le caigan 20 años de cárcel). No se alardea en esos países civilizados de engañar al erario, que en definitiva es lo mismo que timar a todos, no solo por el miedo a una Justicia implacable, sino porque tal conducta sería socialmente muy reprobable. Algo equivalente a lo que sucedería aquí si alguien se pusiera a fumar dentro de una iglesia. Legalmente no sería acreedor de una pena excesiva. Como mucho una multa, o ni siquiera eso. Pero como vería muchas caras largas, e incluso encrespadas, a su alrededor, nadie fuma en los templos.

De nuevo estamos no ante un problema económico, sino de actitud. Vaya por delante que defraudar y mentir se defrauda y se miente igualmente en esos países civilizados a los que me refería antes sin citarlos. Los tahúres conforman una especie que en absoluto está en peligro de extinción. Por esa parte, nada nuevo bajo el sol. Nuestra singularidad hispana, pues hasta en eso somos diferentes, radica en que aquí seguimos considerando que la picaresca no es lo equivocado y lo erróneo, sino lo correcto y lo habitual.

Lo peor es que esa forma de proceder se ha visto desde siempre como una estrategia de supervivencia. El pueblo español ha sido engañado tantas veces por gobernantes déspotas -y también por el vecino de la puerta contigua, todo hay que decirlo-, que considera el fraude no como un pecado sino como una virtud. El malo de la película no es el ciudadano que estafa, sino el funcionario de Hacienda que trata de evitarlo. Planteamiento, y no quiero pasarme porque no hace falta, que acaso tenga una pizca de justificación. "En este país el sistema está tan preparado para compensar lo que se deja de pagar, que al que intenta cumplir con lo que le corresponde lo estallan como una pita", me dijo en cierta ocasión un peluquero, posiblemente sin una carencia absoluta de razón.