1.- El otro día escuché en la radio que un cirujano del Hospital Vall d´ Hebrón, de Barcelona, cuyo nombre lamentablemente olvidé, había asegurado en la COPE que los trasplantados de corazón heredan las costumbres de sus donantes. Es decir, que ya tenemos dos vidas dentro de un solo cuerpo. La excepcional revelación añadía que un trasplantado norteamericano comenzó a sentir, tras la implantación del nuevo corazón, unas ganas extrañas de comer pollo, cuando antes rechazaba esta carne. Investigó y llegó a entrevistarse con la familia del donante, descubriendo que el chico era un consumidor habitual de la carne de pollo en todos los MacDonalds que encontraba. Los compositores de boleros se han pasado la vida creando hermosas letras en las que el corazón es el cofre de los sentimientos. Tenían razón. Hasta ahora se creía que el almacén de datos se hallaba en el cerebro. Puede ser que datos y sentimientos no sean almacenados, en el cuerpo humano, en el mismo lugar. Las cosas del corazón son las cosas del corazón; algo así dijo .

2.- Un niño, trasplantado no hace mucho en los Estados Unidos, desde que despertó de la anestesia se aferraba a su madre y chocaba su nariz contra la de ella, suavemente, como dicen que se besan los japoneses. El pequeño jamás había hecho este gesto. La mujer investigó y pudo saber que el niño que donó el corazón y su madre, cuando jugaban juntos, siempre se acariciaban, nariz con nariz. Cada vez se desvelan nuevos misterios; y más a medida de que una persona puede vivir con los órganos de otra. Algo de la vida que se extinguió se prolonga en el trasplantado como en el relevo de una antorcha olímpica.

3.- Quizá en adelante habrá que tener cuidado con la personalidad de los donantes y no sólo con otras compatibilidades. Imaginen que le trasplantan a alguien el corazón de un nazi. Qué horror, si la personalidad se desdobla y se crea un asesino en el nuevo ser que recibe el órgano. Impresionante lo que la ciencia ha avanzado. Yo era director de un periódico universitario de Sevilla cuando Christian Barnard trasplantó un corazón, por primera vez en la historia, al comerciante sudafricano Louis Washkansky, que murió a los dieciocho días a causa de una neumonía. Fue en el hospital Groote Schuur de Ciudad del Cabo. Seguí aquel suceso con mucho interés y escribí crónicas sobre el mismo. Pero no podía imaginar, en los 60, que avanzado el siglo XXI iba a descubrirse este tráfago de sentimientos y de costumbres entre los trasplantados. La primera donante de corazón fue una joven de 25 años, Denise Darvall, que había fallecido atropellada por un coche y que murió por segunda vez cuando la neumonía se llevó por delante a Louis Washkansky. No hubo más oportunidades para ninguno de los dos.