QUÉ VERDAD es que el tiempo todo lo cura, o al menos alivia el malestar del alma, que, según dicen, es el peor de los males. Esto de la Navidad cada vez se pone más difícil; como toda celebración o festividad tiene sus admiradores y sus detractores, pero a nadie deja indiferente. Lo de menos a estas alturas de la vida es lo que realmente se conmemora y si el nacimiento del niño Jesús tiene alguna trascendencia para nuestra ajetreada y complicada vida, que arrastramos como podemos, en un trajín de infortunios y desesperantes días de crisis general que se abaten sobre un más que incierto futuro.

La Navidad debería ser, por tradición, una festividad esperanzadora en muchos aspectos, y que en cientos de hogares ha constituido durante muchas generaciones un lazo de unión y de ilusión que unía los sentimientos religiosos y familiares con el hecho de poder soñar, durante al menos unos días al año, con el deseo de que la familia estuviera unida y fuera el centro de unas celebraciones que sirvieran, a través de la comida, los dulces, los regalos, el bullicio y los cánticos navideños, de enlace, cohesión y fortaleza para poder afrontar, con un poco más de seguridad y energía, el duro avance del resto de los días; eso al menos debería ser, pero estos nuevos tiempos que sobrevuelan con aires de un consumismo disparatado nuestro entorno familiar está devorando a pasos agigantados el propio significado de la familia y, por extensión, el de la propia Navidad.

Ahora, está de moda decir que la Navidad es triste (?) porque se echa de menos a los que no están, como si los demás, los que sí están, tuvieran la culpa del acontecer del tiempo que va inexorablemente ubicando a cada uno en su respectivo lugar. O que ya es hora de romper con las tradiciones (?) y es un rollo eso de tener que hacer "a mano" los pestiños o las truchas, o rellenar el pavo, o ponerse a dorar el cordero, o lo que se acostumbre a cenar en estas fechas, por lo que es mucho más práctico comprar el puñetero brazo gitano que sabe a chicle y que cuesta el ojo de una cara y, en vez de cantar en casa los villancicos de toda la vida, rascando la botella de anís del mono y tocando la pandereta mientras el niño toca la zambomba, es preferible poner el disco del sempiterno "Paco el Chocolatero" y bailarlo a son de una rumba, que es lo que toca; y, tras comer en familia a toda prisa, no precisamente para ir a la Misa del Gallo, sino para ponerse el gorro de Papá Noel y correr al botellón con los amigos o a la discoteca de la esquina para terminar cogiendo una cogorza, que es lo que, al parecer, toca en Navidad.

A todo esto, y si se tienen hijos con sus respectivas parejas, más o menos oficiales, la cosa se complica aún más, porque ya no es seguro cuántos vamos a ser para cenar, comer o desayunar. Las relaciones paternofiliales se cambian de la noche a la mañana por otras de apenas días, donde no tienen cabida las tradiciones, la lealtad, las normas y, mucho menos, los consejos; y donde se cuestiona hasta los pañales del niño Dios y el razonamiento natural de quiénes, cuándo, dónde y cómo se han de celebrar los distintos eventos familiares.

Todo se descontrola, y no solo me estoy refiriendo al gasto corriente, sino a los propios sentimientos de estos días tan señalados, que, con tal de no entorpecer los deseos y las apuestas arriesgadas de los demás, se cede en una cosa y se termina amargado y asqueado en unas fechas que deberían ser de gozo y felicidad. Y, al final, uno piensa, sobre todo cuando ve a los jóvenes matrimonios de hoy en día cómo se vuelcan en que sus hijos tengan el oro y el moro, incluso a costa de endeudarse para varias Navidades, si merece la pena tanta dedicación y entrega. Al final, se termina la vida tal y como se empieza: más solo que la una, sin otro pensamiento que el de haber vivido para los demás olvidándose de haber vivido para uno mismo; y, lo peor, sin que te lo agradezcan o te lo tengan en cuenta.

Y aunque suene a egoísmo, no lo es; más egoísta es no ser agradecido y vivir la vida sin respetar ni entender ni comprender el esfuerzo que los mayores han llevado a cabo para que las nuevas generaciones puedan permitirse el lujo de no ser tan siquiera condescendientes con quienes les han dado la propia vida y algún que otro plato de lentejas.

macost33@hotmail.com