POR EL PAGO de la factura de los manirrotos dispendios acumulados por el Gabinete de Zapatero, en dos semanas, el nuevo Gobierno se ha visto obligado a romper parte de sus compromisos electorales.

Es decir, el presidente Rajoy los ha roto en su primer Consejo de Ministros, fundándose en que los gastos comprometidos encontrados eran superiores a los que previamente les habían comunicado durante las reuniones para el traspaso de poderes que encabezó la hoy "vice", doña Soraya Sáenz de Santamaría, quien hubo de utilizar la mejor de sus experiencias como portavoz de la oposición en dos legislaturas para explicar y justificar las duras medidas del "inicio del inicio", de lo que nos espera conocer las próximas semanas para ajustar nuestros gastos a nuestros ingresos, para ir pagando los intereses de la deuda acumulada por el zapaterismo, y sobre todo para reactivar una economía en una nueva pendiente de recesión, con un paro creciente y una producción que sigue destruyéndose, como tampoco crecen las exportaciones.

Si no producimos, Pepe Ignacio, y vendemos más, si el recorte de gastos innecesarios es insuficiente, si no se da prioridad a crear las condiciones del estímulo del ahorro y la inversión creadora de empleo, y mantenemos los gastos de un sistema, en las diferentes administraciones, que ya está demostrado que no es viable, no despegaremos. Y probablemente, en una Europa que se autodestruye, saldremos de ella, del sistema monetario que pretendió fortalecerla, el euro. Y retrocederemos a la "España diferente" de los años 50 del pasado siglo, porque la casta política instalada ha llegado a pactos secretos que pretenden mantener un régimen que no funciona, que lleva en sí mismo su autodestrucción. Porque, lejos de integrar a los españoles en un esfuerzo común, estimula la disgregación de sus esfuerzos en diecisiete países -comunidades- en los que no vale el "sálvese quien pueda".

¿Y quiénes pueden más en este sistema constitucional que nos hemos dado? Obviamente, los que utilizan la fuerza del terrorismo o la amenaza de la secesión por un lado; o aquellos que se saltaron a la torera el principio de corresponsabilidad fiscal que ya recomendaran García de Enterría, José María Aznar y Paco Fernández Marugán, en el informe que les encargó el presidente Suárez en el momento boreal de la construcción del Estado autonómico. Sin que aquel principio fundamental para que funcionaran la Constitución y los estatutos, sin llegar a la situación en que estamos, funcionara. Del "café para todos" se pasó al café a la carta, según la capacidad de presión o de chantaje de cada autonomía sobre el Gobierno de turno.

Y en esas estamos. Ha bastado para que Sáenz de Santamaría anuncie que se estudia implantar un principio parecido que permita al Gobierno del Estado coordinar los Presupuestos del conjunto de la nación con carácter previo a la elaboración de los Presupuestos Generales del Estado, y después que cada autonomía haga los suyos, ajustándose a los principios básicos establecidos para cada ejercicio fiscal, y ya de nuevo vascos, navarros, catalanes y canarios hemos vuelto a reivindicar nuestra autonomía fiscal, nuestros "derechos históricos" o nuestras peculiaridades autonómicas para rechazar ese principio básico de funcionamiento de una máquina estatal, como es el de que todos empujen en la misma dirección generando fuerzas que impulsen al conjunto y que no centrifuguen y encarezcan los esfuerzos.

Es posible que las medidas de ponernos los impuestos más altos de Europa sean necesarias para salir de la crisis. Pero el presidente de un Gobierno con mayoría absoluta debe dar de lado esa política gallego-franquista de dejar que los problemas se arreglen por sí solos. Y dar la cara. Ya no está en la oposición, sino que está al mando del timón de la nave de la nación, en medio de una de sus más peligrosas tormentas: la encrucijada de salvarnos todos y llevarnos al puerto de la prosperidad responsable, o hundirnos en el abismo al que nos iban empujando los anteriores gobernantes, quienes nos han conducido ya tres veces a situaciones semejantes, una de ellas con una guerra civil y dos golpes de Estado previos: al socialismo decimonónico que pretende autorreconstruirse ahora lo llaman "refundación", con los mismos mimbres.

Hay que rectificar, Sr. presidente. Probablemente las primeras medidas contra el programa previo eran necesarias. No solo porque los gastos y deudas encontrados fueran superiores a los que se les habían dicho, sino porque acababa el ejercicio fiscal y, al no haber prorrogado el anterior Gabinete los Presupuestos, había que publicar antes del 31 de diciembre el IRPF, que regirá solo, según su Gobierno, durante dos ejercicios. Una carga fiscal que castiga principalmente a sus votantes, rompiendo así el contrato electoral. Pero no le vamos a fallar si usted da la cara y no elude a los mensajeros.

Incida en el recorte de gastos entre la casta política a la que pertenece. ¡Disciplínela! Siga en la línea de los recortes a los que gastaron sin freno. Pero adopte de inmediato medidas que no expulsen fuera el ahorro nacional, y convénzale para que invierta en la recuperación. No lo expulse fuera con amenazas o restricciones al libre mercado. Recuerde que hay libertad de transferencia de capitales en la UE y que, por muchas trabas que ahora sus Gobiernos pretendan imponer, el ahorro, como es miedoso, se irá allí donde vea que no se lo comen la inflación y la recesión.

Más transparencia, presidente, más información de primera mano. Solo así surgirá la confianza que rebaje de nuevo esa prima de riesgo que tanto volvió a elevarse esta semana. Asustada, no tanto por el contenido de sus medidas como por el tempo y la forma de presentarlas. Y sobre todo porque lo que toca es crear las condiciones -usted lo dijo en su investidura- para estimular la productividad y el empleo. Un empleo que genere una productividad eficiente y competitiva. Pero para ello hay que recortar todo lo que no sirva a esos fines. Confiemos que haga honor a sus compromisos. Limpie las cloacas y deje en sus equipos solo a aquellos políticos o funcionarios que sirvan a la nación y no pretendan servirse de ella.