LA VERDAD es que parece una gozada. Diseñar un programa electoral para liderar la oposición que no comprometa ante nada ni ante nadie, que se pueda llenar de demagogia y populismo, porque sabes que, pase lo que pase, vas a perder seguro, y que el segundo puesto tampoco te lo va a quitar nadie.

Imagino que gobernar debe de ser una tarea muy difícil cuando la visión de conjunto obliga a hacer concesiones a los distintos sectores productivos, a los distintos colectivos sociales y a los distintos grupos financieros, realizando juegos malabares que necesariamente tienen que dejar a alguien detrás para poner a otros por delante. La tarea siempre tiene que resultar difícil, pero seguro que es mucho más difícil en tiempos de crisis, sobre todo con esta crisis.

Por esa dificultad, puedo hacer un esfuerzo de imaginación e intentar comprender al presidente Zapatero, preocupado por tener que gobernar contra programa, teniendo en cuenta que los deberes se los ponían desde Europa (y desde los mercados), y en casa tenía un chiringuito muy grande que mantener. Como jefe del negocio tenía que asegurarse de que toda la estructura de amiguismos y enchufes que han montado entre todos se mantenía sin desmoronarse. ¿Cómo, si no, se podía asegurar que cuando llegasen al poder los otros se iban a preocupar de seguir manteniendo el cotarro, para así, entre todos, seguir manteniendo "el tinglado de la antigua farsa"?

Válgame esta mención a D. Jacinto Benavente para recordar la conclusión de su más afamada obra, "Los intereses creados": "Para salir adelante con todo, mejor que crear afectos es crear intereses". Sin duda, tan válida hoy como hace un siglo.

El partido que gobernaba hasta el mes pasado plantea un programa que desde su posición de poder no pudo llevar a cabo. Simultáneamente, el partido que gobierna ahora también comienza su andadura a la contra. Todo en función de cumplir con los mandatos de Europa y los mercados. Ambos partidos se ven obligados a gobernar contra programa y contra promesas electorales, adoptando cada uno la postura que debió de adoptar el otro, con la excusa de los mercados. Sin embargo, aunque está claro que para aumentar la confianza es necesario disminuir el déficit, ningún organismo especifica una manera concreta de cómo hacerlo.

Pero solo un partido, mucho más joven pero también más serio, ha planteado medidas que generarían un ahorro espectacular sin tocar los impuestos, e incluso sin limitar la inversión pública. Esta medida es muy simple, pero no puede ser compartida por los supervisores del tinglado, porque los intereses creados son muchos. Estas son las medidas que lleva UPyD en su programa y que defenderá durante toda la legislatura:

La reducción drástica de las administraciones públicas. La reducción en hasta un 90% de sociedades y organismos públicos, que son meras agencias de colocación de los amiguetes que no tienen la capacidad de aprobar una oposición, y cuyas funciones son siempre redundantes con algún cuerpo administrativo preexistente. La gestión de las CCAA según los criterios de eficiencia Maastricht, que supondrían un ahorro de 27.000 millones de euros, sin mermar la calidad de los servicios. La fusión de municipios, reduciendo su número hasta menos de dos mil en toda España (hay más de ocho mil), con un ahorro potencial de otros 10.000 millones de euros.

En definitiva, el desmantelamiento absoluto del chiringuito, pero, claro, eso dejaría en el paro a demasiados amigos. Por eso, ni el que gobierna ahora ni el que lo hacía antes pueden tan siquiera considerar estas medidas. El espectáculo debe continuar, el tinglado de la antigua farsa se convierte en el tinglado de la farsa eterna.