Dos fotos cuyo valor supera quizá no las mil, sino incluso las diez mil palabras cada una. Primera: Ana Oramas, en calidad de portavoz de CC (que ahora es Coalición Canaria con el apellido de Nueva Canarias) haciendo unas declaraciones a la prensa y tras ella, firme, con cara de mala leche, casi como un guardaespaldas, Pedro Quevedo; la otra garganta, no necesariamente profunda, de la que saldrá a dúo la voz de Canarias en Madrid. Hubo una legislatura en la cual los nacionalistas tenían tres diputados en Madrid: Paulino Rivero, Román Rodríguez y Luis Mardones. Como Paulino y Román no se dirigían la palabra, Mardones tenía que sentarse entre ellos para servir de colchón cuando los tres ocupaban sus escaños. Me pregunto quién se va a sentar ahora entre Ana Oramas y Pedro Quevedo cuando se materialicen aún más unas diferencias que a estas alturas empiezan a ser evidentes; al menos en el sentido de que la señora de Tenerife no chupe más cámara de televisión que el señor de Las Palmas. Pero esto es lo de menos.

Segunda foto: Ana Oramas se dirige hacia Rajoy sonriente, solícita, encantada como hasta no hace más de un par de meses lo estaba con Zapatero, para felicitarlo tras ser investido como presidente. Acababa de abstenerse en la votación (votar a favor del líder del PP hubiera quedado feo ante sus socios socialistas en Canarias), pero igualmente lo felicitaba. Llevan meses intentando construir a toda prisa un puente sobre José Manuel Soria para que no sea el interlocutor con Madrid. A lo mejor lo consiguen. En cualquier caso, qué patético.

Fotos, sea cual sea su valor, que poco o nada importan porque el problema de este país ha dejado de ser político. Es económico. La prensa local recogía ayer mismo que uno de cada cuatro empresarios de las Islas ve muy difícil, por no decir imposible, conservar durante 2012 su plantilla actual y solo un siete por ciento ve factible contratar a alguien. Esperanzador en una comunidad autónoma con el mismo paro (nos separa una tenue décima menos) que la más pobre de las colonias francesas. Esto supone que no solo estamos ante un grave problema económico, sino al borde de un profundo precipicio social.

Resulta fácil decir que un coche no arranca. Basta girar la llave y oír el fallido ronroneo del motor. Determinar la avería y arreglarla es más difícil. Arreglar la hecatombe del desempleo en este país empieza por llamar a las cosas por su nombre. Ignoro a qué se refería Rajoy en su discurso de candidato al decir precisamente esto: que hay que llamar a las cosas por su nombre. Tal vez a decir que en España hay cinco millones de parados porque hay muchas personas que quieren trabajar pero no encuentran ocupación, aunque también muchísimas que podrían trabajar y que no lo hacen porque no quieren; porque con una ayudita y un par de chapuzas han ido tirando desde hace tiempo y nade les impide, eso piensan, seguir haciéndolo en el futuro, pero mucho me temo que la picaresca tiene sus días contados. Un imprescindible cambio de actitud general, pues de eso se trata, difícil de implementar con leyes aprobadas en un Parlamento, por mucha mayoría absoluta que se tenga. Un asunto complicado, desde luego aunque ya decía Napoleón que lo difícil se hace y lo imposible se intenta.