SI ME FUERA dado realizar un análisis reflexivo de lo que ha sido la gestión del presidente Zapatero en las dos legislaturas que ha gobernado, tendría que decir que ha sido el peor presidente de la democracia española, al menos de la que empieza en la Transición. Es difícil encontrar en un período democrático de la historia de España un presidente que haya encontrado el país tan saneado económicamente y que lo deje en una situación tan crítica, sin que haya mediado ningún conflicto social, o ninguna gran revolución. Ahora, casi tras ocho años de mal gobierno, nos toca vivir y sufrir los efectos de una crisis que este nefasto presidente no quiso reconocer a tiempo ni supo resolver.

Recuerdo cuando Zapatero afirmó en el Congreso de los Diputados que él era el presidente español que mejor herencia económica recibía. Aznar le entregó una primera potencia económica y ahora, ocho años después, España está en la ruina y vamos a peor.

Zapatero recibió en 2004 unas finanzas públicas ajustadas y en orden. En apenas dos legislaturas el Gobierno del PP había cuadrado ingresos y gastos pese a partir del enorme déficit del 6% que le legó el felipismo. Nada que ver, por consiguiente, la situación que se encontró Aznar con la que recibió Zapatero.

Efectivamente. El legado que deja Zapatero a Rajoy en los casi ocho años de su desgobierno se puede concretar en una serie de cifras que dibujan la realidad a la que se tendrá que enfrentar Rajoy al asumir la presidencia del Gobierno: cinco millones de desempleados -cuando en marzo de 2004 Zapatero se hizo cargo del Gobierno había en España 2.287.000 desempleados, por lo que en estas dos últimas legislaturas el paro se ha incrementado en 2.691.300 personas-; una deuda pública que asciende al 65,9%, equivalente a 700.000 millones de euros, que genera unos intereses diarios de 75 millones de euros; un crecimiento económico que no llega al 0,8% del PIB y que supone una de las tasas de crecimiento más bajas de toda la UE, frente al 2,8% que dejó Aznar; un déficit público del 9,3% sobre el PIB con el que no podrá llegar al compromiso y exigencias del 6% que impone la UE para este año; la Seguridad Social a punto de entrar en déficit, etc.

Estas son algunas de las magnitudes macroeconómicas que ayudan a comprender la mala gestión del Gobierno de Zapatero. Son las cifras que hablan de una España en crisis y al borde de la intervención económica que invitan a una reflexión.

El caso de Zapatero como presidente del Gobierno pasará a la historia y será estudiado pronto en todas las grandes escuelas de altos estudios políticos como modelo de lo que no debe hacerse en política. El rasgo principal que se desprenderá de esos estudios quizás sea su condición de "despilfarrador" compulsivo. Ha derrochado no solo la riqueza acumulada por España en las últimas décadas, sino también el valioso tejido productivo español, la armadura moral de la sociedad, los valores y hasta su propio capital político, abundante cuando -a mala hora- fue elegido presidente en 2004 e inexistente hoy, cuando proyecta la imagen de un pobre diablo acosado, solitario, alienado, sin el cariño y apoyo de su pueblo, al que únicamente apoyan los fanáticos de su persona y los que ordeñan a diario las ubres del Estado, al que la comunidad internacional señala como un desacreditado dirigente, nocivo para su pueblo.

Creo que no estaría mal un gesto de honradez moral por parte de Zapatero, pidiendo perdón por la herencia que ha dejado a España y a los españoles. El problema es que ni a él ni a toda su tropa gobernante se les cae la cara de vergüenza. Sería necesario reformar las leyes para responsabilizar y castigar a los malos gobernantes. Pero no para castigarles con la pérdida de poder, que eso ya lo hacen las urnas, sino con una inhabilitación para que nunca más en su vida pudiera ejercer un cargo público.

A Rajoy le espera una dura tarea para restaurar la economía, crear empleo y, lo que es más importante, ganarse la confianza de los mercados internacionales, porque la de los españoles ya la tiene con esa aplastante mayoría que le han dado en las urnas. Deberá explicar claramente a los españoles qué piensa hacer para que le entiendan y apoyen.