Un año más llega la Navidad; en la actualidad, unas semanas seleccionadas para saciar el hambre de consumismo extremo en nombre de Jesús. Debería ser esta época del año momento de profunda reflexión, en la que busquemos soluciones a un mundo que se ha convertido con el paso de los años en una maraña de problemas. Sin embargo, es evidente que no se producen demasiadas reflexiones auténticas y con sentido. Si esto no fuera cierto, ¿cómo es posible que aún estemos más preocupados por la grave crisis económica europea que por la muerte de más de 35 millones de personas al año de hambre?

Es grave que el amor se mida en euros. Es un crimen que para alguien el amor sea directamente proporcional al número de regalos recibidos. Serás un buen familiar si haces buenos regalos dos veces al año (no olvidemos los cumpleaños). ¿Qué son 364 días sin relación alguna si dos veces al año me das lo que quiero? Por desgracia, parece que para demasiadas personas es suficiente.

Al nacer nos encontramos en una sociedad en que lo importante es lo material; el estado de los países se mide por su crecimiento económico y nadie pregunta sobre la felicidad de la población. Me gusta pensar que, en tiempos mejores, épocas como la navideña fueron algo más que extraños momentos con personas que, a pesar de ser tu familia, son desconocidos; en los que el lazo de unión familiar eran valores y sentimientos reales en lugar de sentimientos artificiales perfectamente vendidos por el Corte Inglés o Freixenet, entre otros.

Tal vez con demasiada frecuencia me preguntan que por qué solo pido un regalo navideño. Me suelen sugerir pedir un IPad, una consola, o la primera cosa que se les pase por la cabeza (cuanto más cara, mejor). La respuesta es sencilla: en mi opinión, el amor no es directamente proporcional al número de regalos que reciba. Si me quieres, demuéstramelo cada día; no hay mejor regalo que el amor sincero. Por suerte, las personas que me importan me hacen cada día el mejor regalo que podrían hacerme: estar en mi vida; no necesito nada más.

Ojalá a partir de estas Navidades todos intentemos devaluar, aunque sea un poco, los objetos y valorar más a las personas. Pero si a alguno le es imposible realizar tan complicada tarea, al menos que sea feliz; al fin y al cabo, en eso consiste la Navidad, ¿no crees?

José Isaac Khaos

Un apunte sobre los ruidos nocturnos

Dicen que las comparaciones son odiosas, pero leí una carta dirigida al director de EL DÍA (10-12-2011) de un vecino de la calle Anchieta, de La Laguna, quejándose del abuso cometido por el Ayuntamiento lagunero con relación al ruido atronador del concierto "Winter Festival", celebrado el día 7 del presente mes de diciembre, donde hubo infinidad de quejas en llamadas telefónicas, de lo cual el Ayuntamiento (su Policía Local) no hizo ningún caso para que por lo menos bajaran los decibelios y poder descansar. Sin embargo, según parece, el tremendo ruido cesó ya de madrugada. Pues bien, para consuelo de este vecino lagunero, yo le invito a mi domicilio, en el llamado cuadrilátero de Santa Cruz de Tenerife, por las fiestas carnavaleras, para que vea lo que son decibelios en su máxima acción. Sobrepasando el límite sobre el ruido en un mil por cien de lo amparado por la Organización Mundial de la Salud, establecido en 55 decibelios. Y esto no solo una noche, sino muchas más (hasta diez a quince días) terminando a la mañana siguiente sobre las ocho.

Esto los vecinos del cuadrilátero lo venimos soportando desde hace unos veinte años, con reclamaciones y escritos al Ayuntamiento, sin que jamás nos hayan hecho ni puñetero caso. Hasta hubo un abogado, don Felipe Campos, que en un tiempo se tomó nuestra queja en serio y que tampoco consiguió absolutamente nada.

Y lo peor está por llegar. Según estamos enterados, el actual alcalde que tenemos, señor Bermúdez, es un forofo apasionado del carnaval, lo cual significa que nuestras quejas caerán, como siempre, en saco roto. Esto son los políticos que defienden los derechos humanos pasándoselos por el "arco del triunfo". De pena.

Juan de la Rosa González