NO LA DEL IMPERIO romano, que es de lo que casi todos nos acordamos cuando algo establecido se viene abajo. Pero como si lo fuese: hundimiento, batacazo, desplome... del otrora Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en las elecciones generales del pasado día 20. Se ha evidenciado que la precampaña y la campaña electoral llevadas a cabo por el Alfredo y su grupo de apoyo han sido horribles para los intereses del partido. Y sobre todo para el interés de aquellos que habían hecho de su estar en el partido una forma de vivir con cierta holgura. Para los que han vivido los avatares del partido con sentimiento desde hace muchos años esto ha sido humillación.

Y ahora qué. Según las declaraciones de diferentes miembros del "aparato", incluido el Sr. Rodríguez Zapatero, la culpa de esta debacle la tiene "la crisis". Y ya está. Aquí paz y en el cielo gloria. Ciertamente este hundimiento tiene causa en la crisis. Pero no como tratan de darlo a entender los capitostes del partido y que transmiten como consigna a las bases. No. Este desplome tiene causa en la persistencia de no reconocer la crisis cuando a todos nos estaba reventando en la cara; y además insultando y descalificando a todo aquel que se atrevía a disentir de aquella irracional persistencia. Ha sido aquella irracionalidad del presidente del Gobierno y secretario general del PSOE la que ha llevado a España a la situación en que estamos; y al PSOE al descalabro sufrido.

Producía una extraña y decepcionante sensación ver al Sr. Pérez compareciendo ante los medios informativos aquella noche del desastre absolutamente solo. Incluso los miembros de su gabinete de campaña parecía que quisieran estar fuera del encuadre. Y el fracaso no ha sido sólo del Sr. Pérez Rubalcaba, o de Fredi. Este fracaso, cosechado a pulso día a día por los despropósitos y desafueros cometidos a lo largo de la última legislatura y sus prolegómenos, no se puede achacar solamente al Sr. Rubalcaba. Es el fracaso del partido en su conjunto. Lo es, fundamentalmente, de su secretario general. Pero al secretario general lo ha sostenido la militancia en su conjunto. No haberle desautorizado a tiempo de dicho cargo, mediante un congreso al efecto, hace recaer la culpabilidad de lo acontecido en todos aquellos que, pudiendo haber puesto orden en el devenir del partido, no hicieron absolutamente nada para ello.

Ahora, el "supervisor de nubes" se retirará a su tierra leonesa a tal fin y solo a tal fin, porque no reúne el bagaje adecuado y suficiente para otros menesteres. Eso sí, no lo hará estrictamente desde una hamaca en el campo, sino desde un confortable despacho y "convenientemente" remunerado a costa de Liborio; del mismo Liborio a quien el personaje ha arruinado. Y, a lo peor, contemplando en una vitrina el collar de la Orden de Isabel la Católica que S. M. el, nuestro accidentable, Rey le hubiere concedido como premio a lo bien que ha gobernado España. ¡Qué país!