"UNA política peligrosa que está socavando el sistema sanitario". Así ha calificado María Australia Navarro, portavoz del PP en el Parlamento de Canarias, la mención de Paulino Rivero a un posible copago de los servicios sanitarios. El presidente regional se puntualizó posteriormente a sí mismo: está rotundamente en contra del copago, aunque considera que el sistema actual de financiación de la sanidad no es sostenible y hace falta buscar nuevas fórmulas. ¿Cuáles?, me pregunto de inmediato.

Ante todo, una pregunta lingüística: ¿qué es el copago? ¿El que cada paciente del sistema público de salud pague una cantidad, pequeña o no tan pequeña en relación con su renta, por las prestaciones que recibe? Querrán decir pagar una cantidad adicional a la que ya se desembolsa, pues la Seguridad Social no es gratis para ningún trabajador. Lo es para los pensionistas y para los que tienen algún tipo de invalidez parcial o total que les impide trabajar, pero no para los que cotizan mensualmente lo estipulado. Que no es poco. Que le pregunten a los autónomos, pues son ellos quienes más lo notan. Los empleados por cuenta ajena no son tan conscientes de la cuantía que desembolsan porque una parte sustancial la costea el empresario, pero al final las aportaciones siempre salen de algún bolsillo. Con lo cual, para empezar, de copago poco o nada; en todo caso habría que hablar de "maspago".

Dicho esto, tiene razón Paulino Rivero cuando señala que la actual financiación de la sanidad no es sostenible. No lo sería ni aunque su Gobierno la gestionase bien, lo cual no hace. Algo -la insostenibilidad- que no se le ha ocurrido a él; economistas de todo el mundo lo vienen advirtiéndolo desde hace tiempo. Aunque tampoco hay que recurrir a los expertos. Basta observar que quienes caminan por las calles son cada vez más viejos porque en España, como en casi todo occidente, cada vez nace menos gente y la gente que nace vive más. Una característica demográfica de la que Canarias es una excepción -pero por poquito- ya que en las Islas la natalidad aun se mantiene. Sin embargo, incluso en estas circunstancias el tiempo juega en contra precisamente por esa mayor longevidad de la población; un dato al que debemos añadir que las personas de más edad son también las que más precisan atención sanitaria. Si a esto añadimos cinco millones de parados -que no cotizan pero siguen consumiendo recursos del sistema, e inclusive ayudas al desempleo-, no es difícil concluir que el fin se ve venir y no a muy largo plazo.

Sobra añadir que esto lo saben los políticos sea cual sea su militancia. Lo saben, pero no lo mencionan. El copago ha sido y está siendo la palabra maldita de esta campaña electoral. Nadie la incluye en sus mítines y a la vez está muy pendiente por si el contrario comete un error para usarla como arma arrojadiza. Hasta María Australia la del PP le ha saltado al cuello a Paulino Rivero por meditar en público sobre algo que los populares, y hasta los socialistas si siguiesen en el poder, tendrán que implantar salvo que queramos colapsar definitivamente la sanidad pública. Lástima que los políticos, que hablan de tantas cosas, eludan con tanta frecuencia la cruel realidad.