1.- El lunes arremetí contra los responsables de la sección digital de este periódico un tanto infantilmente, como si fuera un niño de siete años. Y me ha llamado un compañero del periódico para afearme mi actitud. Yo me he defendido, pero me da que con pocos argumentos. Les decía a ustedes -inocentes compartidores de la diatriba- que me habían destrozado un artículo en la Red, en el que en vez de comas y comillas aparecieron signos de interrogación. Este compañero me dice que no hay mala fe y yo lo creo. Y por eso reitero las disculpas por mi dureza. Agradezco la infinita libertad que me han dado para escribir aquí. Y sé que no es usual que yo pida perdón públicamente. Lo he hecho tres veces en mi vida; al propio director de este periódico, en una época de confrontación encendida y atizada por otro, que ya no está, gracias a Dios; a LuisCobiella, que todavía no me ha perdonado que me haya metido con él -y que se llevará el cabreo a la tumba, Dios quiera que sea muy tarde, porque los aprecio mucho a él y a sus hermanos-; y, ahora, a mis compañeros de la Internet. Me consta que son buena gente, muy competentes, pero han de reconocer que se le van los signos de interrogación. Y esto no es motivo para que los ponga a parir; no tengo derecho. Lo siento, amigos, espero que sepan aceptar mis disculpas.

2.- Este artículo diario tiene para mí muchas satisfacciones, pero también -ustedes lo habrán notado, a veces- muchas presiones. Haré caso a este compañero, por cierto excelente persona, que me aconseja que no escriba en caliente. Ya a mi edad me resbala casi todo, menos el placer de escribir. Lo que pasa es que como en España va a producirse dentro de quince días un cambio político muy profundo los perdedores están nerviosos y lanzan calumnias, que casi nunca oigo, pero que no puedo evitar que otros me cuenten. Y lo pagan quienes no deben.

3.- Los lectores insisten en que me deje de estas crispaciones y en que me ponga a vacilar, que es lo mío. Yo creo que sí, que va a ser lo mejor. Ya saben lo que le pasó a un señor cuando yo trabajaba en Radio Burgado. Se sentía mal, abatido, pesimista, sin ganas de nada; y fue al siquiatra. Y el médico le preguntaba y le preguntaba hasta que le dijo: "¿Usted ve la televisión, oye la radio?". "Bueno, yo soy mucho de radio", le respondió el paciente. "¿Y qué emisoras escucha usted?", inquirió el doctor. "Pues yo soy fan de Radio Burgado". El médico soltó el bolígrafo, se puso en pie y, enfurecido, le gritó: "¡Le prohíbo que oiga usted esa emisora y a don AndrésChaves! Eso es lo que tiene usted y no otra cosa". Al cabo del poco tiempo este señor volvió al médico, optimista ¡y curado!