MUY POCOS creemos en este país en el comunicado que la banda terrorista vasca anunció el pasado mes de octubre, proclamando, después de cincuenta años de crímenes cobardes, el cese de la violencia indiscriminada que ha venido ejerciendo con total impunidad y apoyos de ciertos sectores de la sociedad. Esta decisión debería haberse traducido como algo muy positivo para España, pero, hartos de engaños, la trayectoria de estos impresentables termina allí donde ellos mismos la han desarrollado, es decir, en las alcantarillas de las mentiras manchadas de sangre. A pesar de que, últimamente, la banda parece debilitada, circunstancia que el Gobierno ha expuesto como argumento, lo cierto, a raíz de las múltiples treguas, es que no hay que bajar la guardia ni un segundo. En cualquier esquina puede aparecer uno de estos individuos, disparar por la espalda o colocar un artefacto en los bajos del coche de un guardia civil. Más de ochocientos muertos y miles de heridos son cifras que no pueden olvidarse sin que la Justicia actúe como se espera y que la ley se cumpla en su totalidad, sin atajos que desdibujen el camino que debe seguirse.

Los medios informativos internacionales han recogido la situación en el País Vasco como de conflicto armado. La banda se ha encargado de propalar esta falsedad (nunca ha habido una guerra), mientras los responsables políticos españoles no han tenido los arrestos para rechazarla con rotundidad. Hasta la iglesia vasca escondía en sus sacristías a quienes huían de la Policía y, casi ayer mismo, algunos sacerdotes se han negado a celebrar misas por las víctimas. En Irlanda del Norte ocurrió lo mismo. En Guipúzcoa, un cura se defiende así cuando la viuda de un asesinado le manifiesta que su postura le parece indecente: "¿Los curas? Es gente del pueblo y sintoniza con él, con sus familias, con la gente. Somos antes hombres políticos que curas, y los obispos también". Y así, año tras año, atentado tras atentado. Nuestro buen amigo y colega Francisco Pallero se pregunta en su última columna publicada: "¿Por qué creer a los asesinos que han incumplido doce treguas y por qué, ¡oh, casualidad!, les entran ansias de democracia solamente en períodos electorales?". Esta misma reflexión, unida al respaldo que siempre han tenido y tienen entre la generalidad de la sociedad vasca, es la que nos ha llevado a dudar absolutamente del mensaje de los asesinos.

El presidente Zapatero ya pecó de ingenuo cuando el atentado de la T-4, en Barajas. Su entorno más inmediato afirma que no ha habido ningún tipo de contraprestaciones. Pero ahí tenemos la presencia de Bildu en la consulta electoral próxima y el "descuido" en el episodio del bar Faisán. Los asesinos de ninguna de las maneras han anunciado ni su disolución ni la entrega de las armas, por lo que nuestro rechazo total a caer en la misma trampa en la que se precipitó Zapatero se ha acrecentado hacia terrenos que, desde luego, no deseamos. Tenemos escrito aquí mismo que la probable merma de la banda hay que agradecerla, sinceramente, a la Guardia Civil y a la Gendarmería francesa, que, por cierto, ha declarado que ellos tampoco creen en el contenido del citado comunicado. Han sido estas fuerzas de seguridad, y no el zapaterismo embaucador, quienes, arriesgando sus vidas y poniendo en peligro las de sus familias, han asestado importantes perturbaciones a la organización.

Ahora, iniciada la campaña electoral, habrá que estar atentos a quienes hablan o prometen un acercamiento de etarras a las cárceles vascas, donde se les trata como presos políticos y no como a asesinos, a la opresión de España sobre Euskalerría o a los mensajes de las formaciones afines a la banda asesina. Los que tuvimos la desgracia de contemplar por televisión las imágenes del juicio comenzado en la Audiencia Nacional al exjefe militar (¿) Txapote y a tres miembros del comando Argala, por el asesinato del concejal de UPN José Javier Múgica, nos tropezamos con un intolerable acto de chulería hacia la magistrada Murillo (se retiró del caso por llamarlos cabrones mientras se reían de la viuda, decisión que la honra), difícilmente entendible por la evidente perturbación que estos terroristas trataban de sembrar en la sala. Por supuesto, ni el más mínimo respeto hacia los familiares. Esto es lo que hay, y, lo peor, puede incrementarse después del 20N. Rajoy debe andar con pies de plomo.