COMENZÓ la campaña electoral, una campaña rara. Casi no se nota. Parece que todos tienen asumido de antemano su papel. El PP, que ganará las elecciones por mayoría absoluta, y el PSOE, que las perderá por goleada. En la calle tampoco se palpa demasiado entusiasmo entre los hipotéticos ganadores, ni una excesiva frustración en los perdedores, sino una alegría contenida por la que se les viene encima, en el PP, y una resignación indisimulada, por una derrota inevitable, en el PSOE. Nos podíamos haber ahorrado estas elecciones, porque la gente ya tenía decidido el voto mucho antes de empezar la campaña, desde que perdió el trabajo y le quitaron la paga de los miserables 426 euros. El papelón de Zapatero está siendo de órdago, vilipendiado por los suyos, obligado a reconocer públicamente y culpabilizarse en solitario de todos los males del país, como si hubiera estado gobernando solo en los últimos ocho años, sin asesores, sin ministros, sin Rubalcaba. Un PSOE a punto de darse un batacazo bíblico, que reniega cobarde y abiertamente de su hasta hace poco todopoderoso dios electoral, Zapatero, al que ahora crucifica inmisericorde para salvarse. Ya es tarde.

Muchos de los que hoy acusan y apedrean a Zapatero en la plaza pública debieron aconsejarle mejor en privado antes, entre otros, Rubalcaba. Si la campaña del PSOE se va a basar exclusivamente en crucificar a Zapatero, el leñazo será mayor, porque, como todo el mundo sabe, para eso está el PP. Y por el otro lado está Rajoy. Un Rajoy que sabe que va a ganar, pero que no se le nota, porque la responsabilidad de gobernar en las actuales circunstancias es mucho mayor que la legítima alegría de un más que seguro triunfo electoral. Rajoy sabe que recibe una herencia política que no podrá aceptar a beneficio de inventario, sino con todas las deudas e hipotecas. Cinco millones de personas esperan ansiosas que les encuentre un puesto de trabajo al día siguiente de las elecciones; para eso le van a votar. Los invisibles y últimamente maléficos mercados quieren más recortes, o como predijo Churchill, sangre, sudor y lágrimas. Rajoy lo sabe y también que Churchill ganó la guerra pero perdió las siguientes elecciones. Rajoy, al contrario que el primer ministro inglés, ganará las elecciones, pero puede perder la guerra. Por eso está tan serio. Para su tranquilidad, no estará solo. Sabemos que salir de la crisis es una tarea ingente y colectiva, en la que todos tenemos que involucrarnos. El CCN ya lo ha hecho firmando un acuerdo electoral con el PP en Canarias, mojándonos o, como me recriminó alguien de CC, contaminándonos. Bendita contaminación.