Era de esperar. Según se acercan las elecciones van apareciendo noticias inquietantes que, si no fuera por la resignación colectiva que se nos ha inoculado a los ciudadanos normales, debieran provocar una deflagración social. La falta de respeto que se prodiga desde las instituciones, la prepotencia y menosprecio por la opinión pública, los alardes de deslealtad, el déficit de dignidad oficial, la enfermiza pasión por el poder… Todo redunda en rechazo generalizado hacia una casta poco ejemplarizante. El ciudadano, en general, los desprecia. Pero a ellos les importa un comino. Ellos, a lo suyo. ¿El servicio al pueblo?... ¡Anda ya!... Su único objetivo es cazar una poltrona y conservarla el mayor tiempo posible para integrarse en dicha casta deleznable, donde la ambición personal pueda encontrar acomodo, y los privilegios económicos y prebendas consiguientes sean prioridades absolutas.

Nadie debería generalizar así. Puede hasta no ser ético, pero ¿alguien podría nombrar, hoy, un solo ejemplo como la excepción que confirmase la regla de tan desolador paisaje? Antes bien, sucede todo lo contrario: el caso flagrante del dirigente de un partido que se escindió un día de CC con la ambición de configurar su coalición particular y, como le fallaron las expectativas, regresó a la antigua formación con ínfulas humanitarias -qué sarcasmo-, donde fracasó en su artificiosa gestión del bienestar social y de asistencia humanitaria. Véase el penoso panorama actual. Como debió de parecerle un cargo de poca entidad, optó por intentar significarse declarando su radicalismo independentista. Tras apercibirse del ridículo, traiciona a los socios que lo acogieron y se arrima al partido competidor y evidente caballo ganador en la próxima carrera electoral.

Si patética es la trayectoria política de un personaje cuyas veleidades ideológicas lo descalifican como representante de cualquier parcela ciudadana, vergonzoso resulta que el exultante PP, ensimismado en los resultados que le auguran oráculos y encuestas, admita un aliado residual con el espurio interés de asegurar una mayoría absoluta que le ha caído del cielo sin tener que esforzarse, y mucho menos sin necesidad de insultar a sus afiliados y votantes con el agravio de una presencia tan indigna como la trayectoria de servicio al pueblo del susodicho.

C. Castañosa

A la directora general de Deportes

Muy señor mío:

Con el debido respeto y consideración, tengo a bien manifestar en nombre de los socios del Club de Bolas y Petanca Canaria Bodega Racing Santa Úrsula nuestro enfado por el funcionamiento del Registro de Entidades Deportivas, que usted dirige.

Desde comienzos del año 2010, tratamos de poner en vigor nuestra entidad, que con tanta ilusión y sacrificio estamos llevando a cabo para que mayores y pequeños se impliquen en este deporte autóctono, con el añadido de la crisis.

Pero nos encontramos con la falta de comprensión por parte del negociado del registro, que no se ha dignado a enviarnos un borrador de aquello que debemos modificar para que de una vez por todas quede correctamente registrada; al contrario, solo recibimos escritos donde, entre otras cosas, tenemos diez días para resolver, como si no trabajáramos, mientras ellos están más de un año y medio para resolver. Y ni siquiera una llamada. Todo ha sido mediante amistades intermedias que se han interesado por el asunto. Lamentable.

Con este escrito queremos llamar la atención a los efectos de que se ocupe de este asunto y se ponga un poquito de interés en ayudar a los que no sabemos dar trámite.

Ricardo Arbelo Hernández