Son las ocho de la mañana del sábado 1 de octubre. Estoy en mi trabajo. Ayer tuve una conversación con mi jefe que me ha dejado bastante preocupada. Tengo 33 años, dos licenciaturas, trilingüe y cierta categoría dentro de mi trabajo, pues he pasado dos oposiciones y este diciembre me examino de la última para llegar al nivel más alto dentro de esta empresa, y ayer me di cuenta de que no sé si merece la pena tanto esfuerzo. Llevamos cerca de cinco meses cobrando ochocientos euros al mes; yo estoy casada y a mi marido le han bajado el sueldo ya dos veces. Por lo visto, en el mejor de los casos seguiré cobrando ochocientos euros al mes por lo menos durante dos años, para no despedir a nadie (ya que no hay dinero para ello). Mi jefe ha tomado como medida empobrecer a toda la plantilla. Un sentimiento de angustia recorre mi cabeza y piensa en por qué no se echa a alguien y así el resto podemos vivir. Me impresiona este pensamiento, pues siempre me he considerado muy buena persona y me he sacrificado a lo largo de mi vida por el bien ajeno. Pero la realidad es que con ochocientos euros no se puede vivir.

Aquí, sentada delante del ordenador, me pregunto cuál será nuestro futuro. Mejor dicho, ¿hay futuro en España? ¿Cómo puede ser que en este trabajo que se creía seguro y bueno hace unos años estemos así? Este Gobierno nos ha hecho mucho daño, un daño que nunca será reparado. Se han tomado medidas drásticas afectando a gremios que antes, si se trabajaba, estudiaba y uno se esforzaba, conseguías un sueldo decente.

Os escribo esta carta para desahogarme, para gritar a los cuatro vientos que soy una profesional como la copa de un pino, con ganas de trabajar y ganarme un sueldo digno y con un único deseo: que todo se arregle. Que volvamos a ser como antes. Que toda esa gente que está en paro encuentre trabajo. Que no hay derecho a que estemos así. Que no sé a qué edad podré permitirme tener un hijo, porque no recibiré ninguna ayuda (ya que ni soy inmigrante, solo tendría un hijo, ni soy madre soltera y mi marido trabaja...; todos esos requisitos absurdos). Que nosotros nos hemos convertido en la generación de los tontos, los que pagamos pero no recibimos. Que después de lo que cotizamos a la Seguridad Social, cuando te pones enferma casi tienes que suplicar que te receten antibióticos...

Paloma Sánchez Callejo

(Madrid)

La derrota asumida de Rubalcaba

Mi amigo don Alfredo no anda muy sobrado de ánimos que digamos a medida que se acerca el mítico 20N. Hay que ver la salida quejumbrosa, gemebunda y casi lacrimógena de su discurso de clausura de la Conferencia Política del PSOE en el pasado fin de semana, cuando dijo aquello de que "puede ser que ganemos o que perdamos, pero yo no me voy a dejar ganar". Y añade retador: "Y voy a decir más: no nos van a ganar en ganas de ganar". Si esto no suena a "derrota asumida" que venga Dios y lo vea. Pudiera solapar (conociendo al orador) una velada amenaza eso de "yo no me voy a dejar ganar"; pero a mí me suena más a canto de palinodia y quizás a una incitación "in extremis" a los suyos en el sentido de que hay que morir matando, o animándolos a vender cara su derrota. Pero está claro que se asume ya la derrota como algo inminente e irrenunciable. ¡Qué poco ha durado el "efecto Rubalcaba", tan pregonado a los cuatro vientos!

Yo creo que los terminales mediáticos del Régimen se apresuraron demasiado al estimar que la imposición del vicepresidente como candidato a la Moncloa iba a ser un reactivo que precipitaría el preparado químico que tenían en el matraz del PSOE, y a este fenómeno lo bautizaron con el eufónico "fenómeno Rubalcaba". El tiempo ha demostrado que de reactivo, nada.

Eleuterio Alegría Mellado

(Sevilla)