No es una desgracia que Belén Allende haya dejado de ser presidenta del Cabildo de El Hierro tras ser reemplazada el sábado por el socialista Alpidio Armas; no debería ser ni siquiera una tragedia personal para la ya ex presidenta. ¿Doloroso para la señora Allende? Qué duda cabe. ¿Injusto el relevo mediante una moción de censura, cuando el equipo depuesto no había tenido tiempo de hacer nada, ni bien ni mal? Desde luego que sí. Pero no es menos cierto que PSOE y PP suman más consejeros en la Corporación herreña que CC. O que AHÍ-CCF, para que no se enfaden los amigos de la precisión.

Dije el otro día -y lo repito hoy- que resulta absurdo convertir de forma automática en presidente de un cabildo al número uno de la lista más votada. ¿De qué sirve ser el líder de la plancha ganadora si no se tiene la mayoría absoluta? De nada porque al final se corre el riesgo de un proceso que ya experimentó José Manuel Soria en sus propias carnes; eso también lo dije el otro día. Por lo demás, posiblemente no sea Belén Allende la última en probar tan amargo jarabe en esta legislatura autonómica recién comenzada. Convertir al líder del partido ganador en presidente de un cabildo, e incluso en alcalde de un ayuntamiento, tendría sentido si su puesto fuese inviolable salvo que cometa un delito. Es el caso del Obama, por ejemplo, a quien la Cámara de Representantes le puede negar el pan y la sal -se lo hicieron a Clinton- si su proceder enfada a los congresistas, ya sean demócratas o republicanos, pero no lo puede cesar salvo que se inicie un procedimiento contra él al haber incurrido en algún delito; el impeachment que le habrían aplicado a Nixon por el caso Watergate de no haber dimitido. Pero salvo esa excepción, Obama -y con él cualquier presidente norteamericano- estará en la Casa Blanca hasta que expire su mandato. Lo mismo que le ocurre al jefe del estado francés y al de cualquier república presidencialista.

Sería interesante ver lo que hace un presidente de cabildo o un primer edil de cualquier corporación local al frente de su correspondiente consistorio sin el apoyo incondicional de la mitad más uno de los concejales o consejeros insulares. Una institución ingobernable, dirán inmediatamente algunos. Nada de eso. El presidente del cabildo o el alcalde en cuestión tendría que pactar los asuntos importantes con los representantes elegidos por los ciudadanos. Una situación bastante más incómoda, es cierto, y también muchas veces más complicada, pero nadie ha dicho que la democracia sea un asunto fácil. La democracia bien vertebrada supone algo más que ganar unas elecciones cuando tocan, pactar convenientemente si no se ha obtenido unos resultados mayoritarios, y echarse a dormir cuatro año hasta que toque engañar a la gente de nuevo para que los políticos se renueven en sus cargos; o para que accedan a ellos por primera vez, naturalmente. Siempre, por supuesto, que los ediles o consejeros insulares actúen con responsabilidad y no planteen un conflicto a cada idiotez que les surja. Aunque esto no sería un obstáculo insalvable para el hipotético sistema. Si lo es, en cambio, el reparto de cargos; el cobro de sueldos, en definitiva. Para es sí resulta imprescindible formar grupos de gobierno. Lástima que a veces el tinglado se venga abajo tan pronto.