Me cae bienBelén Allende. No comparto la mayoría de sus planteamientos, pero la respeto en su faceta política que es, dicho sea de paso, la única que conozco y sobre la que puedo opinar, aunque mi criterio sobre ella poco o nada va a influir en la moción de censura con la que los consejeros del PP y unos cuantos díscolos del PSOE quieren derrocarla como presidenta del Cabildo herreño. Una maniobra política -la de apartar de su cargo a alguien que no ha tenido tiempo de acertar o equivocarse- esencialmente injusta, si bien no ha sido la señora Allende la primera en sufrir este desatino. A José Manuel Soria, por ejemplo, le concedieron menos tiempo aún cuando se renovó como presidente del Cabildo de la isla amarilla al encabezar la lista más votada.

Alguien dirá que son cosas de la política. Más bien de la mala política. Porque acaso lo que está mal, lo que no funciona, es esa singularidad de los cabildos que convierte en presidente automático al líder del partido con más sufragios. Peculiaridad que tendría sentido si al presidente -o la presidenta- no lo pudieran apartar de su cargo durante toda la legislatura. Si depende, en el supuesto de no haber obtenido esa mayoría absoluta, de la voluntad de los consejeros de la oposición, estamos en la misma situación de los ayuntamientos pero con algunos inconvenientes adicionales.

Por lo demás, Belén Allende quizá sea la primera en caer durante esta legislatura si prospera la moción el 10 de septiembre, pero a lo peor -o a lo mejor- no es la última. Su compañera coaligada en La Palma también tiene la espada de Damocles sobre la cabeza. Realmente ni siquiera están a salvo de una sorpresa, por muy amarrados que tengan sus pactos, Melchior en Tenerife y Bravo de Laguna en Las Palmas.

¿Bueno o malo para los intereses de los ciudadanos? Me pregunto si alguien lo sabe a ciencia cierta. Personalmente constato un gran cansancio -hastío quizá sea la palabra adecuada- en la gente cuando hablo por ahí de estos temas. Tenemos problemas -y problemas graves- de inestabilidad económica cuyas soluciones no pueden proceder de un debate continuo, sino de remangarse la camisa y ponerse a trabajar. Pero a trabajar con cabeza, no dando palos de ciegos. Algo -lo de trabajar con juicio- que comienza por racionalizar la administración autonómica, insular y municipal. Lo que sigue imperando, empero, es el despilfarro. Empezando -lo decía ayer Roger en su columna A Fondo- por el derroche de la doble capitalidad, de la duplicidad de sedes, de los dos coches oficiales -uno en Tenerife y otro en Las Palmas-, de los desplazamientos continuos de numerosos cargos públicos y funcionarios entre las dos islas capitalinas, sin contar los correspondientes a las denominadas menores. Me asegura uno de esos políticos con cargos que cierta compañía regional de aviación quebraría de la noche a la mañana si se viajara menos y se utilizara más la videoconferencia, el correo electrónico y el teléfono móvil, este último no sólo para hablar de chorradas con la parienta; o con el pariente, según sea el caso, claro.

Parece, sin embargo, que lo importante no es la eficacia y el ahorro, sino el pedigrí político de quien mande en el cabildo de El Hierro o en el que toque. Decididamente, vamos bien con nuestro paso.