EL CASO tiene un precedente más que aleccionador, digamos, aunque la palabra no esté en el diccionario, "escarmentador". Cuando el muy recordado, estimado y querido Juan Ravina Méndez, Juanito para los amigos, entre los que me contaba, llevó a cabo una positiva reforma y adaptación a los tiempos de la entonces Caja General de Ahorros de Santa Cruz de Tenerife, el querido amigo logró la fusión de la entidad con la Caja de La Palma, pero la invitación que hizo Ravina a la Caja Insular de Ahorros de Las Palmas, que ese era el nombre entonces, no fue aceptada por los responsables de la entidad canariona, en su afán de conservar y hasta incrementar un separatismo estúpido y malsano que perjudicaba más a la de Las Palmas que a la de Tenerife, la cual era ya una entidad seria, saneada, bien administrada y con bien ganado y merecido prestigio en el ámbito financiero nacional.

Los presumidos y fantasiosos canariones se perdieron la oportunidad de contar con una importante entidad financiera que constituiría la caja común del Archipiélago, la cual, a pesar del rechazo canarión, se llamó, desde su fusión con la de La Palma, Caja General de Ahorros de Canarias, CajaCanarias, mientras los de Las Palmas, perdida ocasión, se inventaron el nombre de Caja de Canarias, denominación pelada, con lo que nada nuevo expresaban, pero era la mejor forma de fastidiar a la caja tinerfeño-palmera, adoptando un sustantivo para nombrarla que pretendía llevar, por lo menos, a la confusión y a la duda, así como de reservarse, falsamente para Las Palmas, la supuesta representación de todo el Archipiélago, aunque solo fuera en el nombre y no en todo lo demás, en lo que sigue siendo una caja de las de pueblo, más bien de ahorrillos, mientras nuestra caja de siempre, hoy CajaCanarias, es una de las fundadoras de la nueva e importante entidad financiera nacional Banca Cívica.

Este preámbulo viene a cuento porque la Caja Rural de Tenerife, ahora Cajasiete, dirigida por el admirado y muy querido amigo de este periodista Jerónimo Monje, ha llevado a cabo, recientemente, conversaciones con la Caja Rural de Las Palmas, que, según costumbre, se ha apropiado, por las buenas, el de Caja Rural de Canarias, aunque la de Tenerife se fundó varios años antes y fue la primera que funcionó en el Archipiélago. Se trataba, como en el caso de CajaCanarias, de constituir una empresa única, mediante fusión, que se vería potenciada en su importancia, su actividad y en alcance de gestión, como también pretendió Juan Ravina cuando intentó la fusión de las entidades de ahorro del Archipiélago. Pero informa este diario que, de los trece miembros del consejo de la Rural de Las Palmas, seis votaron en contra de la propuesta tinerfeña, pero, al parecer, la diferencia de uno da mayoría a los del rechazo. El consejo rector cierra las negociaciones con Cajasiete y propone a la Asamblea optar por la fusión con la entidad andaluza Cajamar.

Añade la información que la unión con Cajamar garantiza la continuidad de la actual Dirección General, y que, de haberse optado por la integración con Cajasiete, hubiese desaparecido la tal dirección. Y uno, como aquel inglés del cuento, expresa que "no entender" por qué una empresa andaluza, que está a dos mil y pico kilómetros de distancia, es buena para pactar y una de Canarias, Tenerife, a veinte minutos de avión de la fusionada, es mala.

Y a mi amigo muy querido Jerónimo Monje le digo que no hay mal que por bien no venga y, a lo mejor, va a ganar mucho Cajasiete con no haberse enredado con la entidad canariona, aunque no se hayan cumplido los deseos del presidente Paulino Rivero, quien no se podrá anotar ningún tanto por esta gestión, como igual resultado, o sea, fracaso, es lo que ha logrado con otras tantas gestiones que ha pretendido realizar, pero que no ha podido por su casi total ineptitud para ese cargo que desempeña y que le viene muy largo a la talla intelectual y formativa de la que presume, pero solo eso, sin demostrar, si me apuran, la más elemental preparación para ejercer el cargo que desempeña en virtud de rocambolescos pactos contra natura, sobre los cuales alguna vez se sabrá por qué se firmaron y para qué sirvieron, aunque ya los porqués los suponemos los canarios y a consecuencia de ello estamos más bien asqueados que sorprendidos.