1.- Tarde me entero de la muerte, tan repentina, de mi amigo Ñito Lecuona. En estos días en que sigo repasando mis archivos, he encontrado tres tarjetas de Ñito, de hace algunos años. Curiosamente, en todas ellas me felicita por tres nombramientos. Una, como presidente de los periodistas tinerfeños. Otra, por mi elección como vicepresidente de la Federación de Asociaciones de la Prensa de España. Y la tercera, cuando leí mi tesis doctoral en la Complutense. Ñito, que era un tipo con mucho sentido del humor, en las tres me pone la misma cosa: "Felicidades, Andrés. Como sigas así vas a acaparar más cargos que Cándido García-Sanjuán". Paradojas de la vida, en el mismo tomo he encuadernado cariñosas misivas de don Cándido, enviadas y recibidas por idénticos motivos. Me enteré tarde de la muerte de Ñito Lecuona, inesperada y cruel, como todos los óbitos de los amigos. Ya se va la gente de mi generación y esto me pone muy nervioso. Ñito Lecuona, cónsul del Perú, consignatario de buques, era un caballero. Hace falta mucha gente como él. A sus hermanos, mi más sentido pésame; de verdad. Las últimas veces que lo vi fue cenando en La Cazuela. Siempre se paraba a saludarme y a charlar un rato conmigo. Yo lo conocí en la Universidad de La Laguna, en el año 1965 o 1966. Pasamos buenos ratos, no en clase -casi nunca asistíamos a clase- sino en el bar de Salvador, que hacía los mejores sandwiches mixtos del mundo. Salvador ha tenido mucha culpa del absentismo universitario de aquellos tiempos. Se acordarán también de Ñito Lecuona, Eligio Hernández, Piqui Lasso, Jorge Machado, José Domingo Gómez, Vicuña, Parrilla, Pepito Pérez Alonso (a. el Cotorra); un tipo muy gracioso, godo y millonario (¿Elejabeitia Miñao?), al que llamábamos FrankNitti porque era idéntico al bandido oponente de Eliot Ness y usaba unos trajes impresionantes; Juan Porfirio Hernández Arroyo, querido amigo que nos deleitaba con historias, verdaderas o falsas, del dictador dominicano Trujillo, etcétera. Aquella fue una buena promoción. Muchos se hicieron abogados, otros seguimos distintos derroteros, algunos son procuradores de los tribunales y otros -como Eligio- llegaron a lo más alto de la magistratura y a la Fiscalía General del Estado. Pues en este grupo estaba Ñito, que iba a la facultad en un buen coche, pero nunca ejerció de niño rico, ni de fatuo, ni de impertinente. Era un buen amigo y fue un buen compañero de facultad. Ya no recuerdo si frecuentaba, como yo, la tasca de Pepe el Gago, porque tengo muchos residuos mentales confusos de gente y de situaciones. Ya de esto hace casi medio siglo, así que no puedo concretar porque la memoria me falla. Puede que lo de Pepe el Gago fuera más tarde, en mis tiempos de la Escuela de Periodismo.

2.- En la misma investigación de mis recuerdos de la que antes hablaba, he abierto una vieja carpeta verde y han saltado, como con ganas de salir, los primeros artículos que escribí. Año 1963 y los dos siguientes. Están escritos en cuartillas, en la vieja Underwood que don Jacobo Ahlers, a la sazón cónsul de Alemania, le regaló a mi abuelo, máquina que conservo. En ella aprendí a escribir. Eran artículos breves, muy influenciados por Azorín, al que leía -y leo- con devoción. Los he mandado a encuadernar. Se refieren a amores juveniles, a la aparición del bikini, a escenas familiares, muy especialmente dedicadas a mi tío Miguel Sotomayor, un hombre con valores extraordinarios y gran sentido del humor. Una persona a la que yo quería mucho, tan honesta; y el mejor amigo de mi padre. Y también he hallado un relato pormenorizado del primer viaje que hice a la Península, con la OJE, desde Cádiz a Gijón, en tren correo. Había perdido la noción de aquel periplo; completamente. Y estas cuartillas me han hecho recordar todo lo vivido. Agosto de 1964. Ese mes cumplí 17 años. Fui a hacer un curso de entrenador de baloncesto a la Universidad Laboral de Gijón, con discurso de Girón de Velasco incluido, si no recuerdo mal. A la vuelta, sin haber tomado una sola nota, escribí una crónica del viaje, que acabo de recuperar. Ahora me doy cuenta de que no se ha perdido casi nada de lo que he escrito, que lo había guardado todo. Y lo que no he guardado yo está en las hemerotecas.

3.- Han aparecido también cartas a los periódicos, ensayos literarios, charlas para estudiantes, intervenciones en una revista del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias. El año 1963 y los dos siguientes fueron acaso los tres mejores de mi juventud, aunque hubo otros momentos muy buenos. Y hasta alguna breve polémica periodística. Y una carta al que después sería buen amigo mío, José Alberto Santana, Altober, periodista y escritor humorístico. ¿Quién no recuerda sus ocurrentes Altoberadas, en este periódico y antes en La Tarde? Joder, eso de haber cumplido años en agosto me ha devuelto al pasado. También me entristece mucho ver desaparecer a buenos y viejos amigos, como Ñito Lecuona. Menos mal que quedamos unos cuantos para contar lo que pasó en aquellos años, llenos de afanes y de proyectos. ¿Y qué fue de nosotros? Bueno, más o menos cada cual hizo lo que quería. A algunos los trató mejor la vida que a otros, pero aquí estamos todavía algunos para contarlo. Se me ha ido el espacio de esta media página dominical, entre carpetas de artículos viejos y acontecimientos del pasado. Mañana será otro día, decía mi inolvidable amigo Mauricio Gómez-Leal.

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