1.- Fue telepatía. Estaba citando en un artículo a Juan del Castillo y el escritor me llama desde Asturias, donde ha viajado para asistir a una petición de mano de las de antes. Juan se aloja en el Reconquista y compra bombones en la dulcería de Camilo de Blas. Y me informa, con su habitual ironía: "Aquí venía doña Carmen Polo a comer bombones y a hacer tiempo antes de desvalijar a los anticuarios". Doña Carmen era de Asturias, de Oviedo, una ciudad en la que da gusto caminar desde que al alcalde Gabino le dio por embellecerla y dotarla de unas comodidades y de un caché envidiables. Oviedo le ha ganado por k.o. a Gijón, más fea, más industrial y con mucho menos personalidad que la capital del Principado. Pues entre bombones y recuerdos anda Juan en lejanas tierras, solazándose con el clima fresco de Asturias y con los chocolates de don Camilo, que ha prometido traerme a su regreso; y yo se lo agradezco, a pesar de mi azúcar.

2.- Con lo del azúcar me interpela el director general -y amigo- Aurelio González para decirme que la palabra es masculina, cosa que yo sabía, pero se deslizó un gazapo en uno de mis artículos. Dije: "Tengo alta el azúcar", cuando debí decir "tengo alto el azúcar". Peldón. He dicho "peldón". Debe ser que la cosa pasó desapercibida a Carlos Acosta. El buen maestro y amigo suele telefonearme cuando detecta alguna incorrección, mía o de otros, en los artículos publicados en este periódico. Cosa que yo le agradezco profundamente porque cuatro ojos ven más que dos y es siempre bueno que se ocupen de uno con caridad y amabilidad. Y, además, Carlos es de los que llaman no sólo para corregir sino para felicitar. El "sólo" voy a seguir acentuándolo cuando equivale a solamente, en respetuosa discrepancia con la Academia. Otros escritores están haciendo lo propio.

3.- Ana de Juan, desde Pinamar, Argentina, lamenta que mis últimos artículos sean unos rollos impresionantes y amenaza con dejar de leerme, lo cual le agradezco porque ahora lo que más me motiva es la pérdida de lectores. Yo voy siempre al revés. Dice que sólo me lee cuando hablo de mí, lo cual le hace candidata al martirio. Ana de Juan, que ejerció el periodismo aquí y allá, se dedica ahora a la vida contemplativa y a nadar en la piscina de su casa. No le hacen falta, pues, mis artículos para otra cosa que para estar en contacto con la realidad -o irrealidad- de su tierra isleña, tan acalorada en estos momentos. Y para cualquier otro menester escatológico. Y, fíjense, de Asturias a Pinamar he viajado en un plis/plas. Y con estos pelos.