AUNQUE, comercialmente hablando, han desaparecido del panorama veraniego las salas de cine al aire libre, hago memoria para recordar el más popular de todos, el que funcionaba en la vieja plaza de toros con el nombre de Cine Plaza; que también se llamó respectivamente, desde su puesta en funcionamiento en 1927 hasta su última denominación, Tenerife, Alhambra y Rambla.

El cine, como tal, dejó de funcionar durante la década de los noventa del siglo pasado, fecha del declive del coso taurino, una vez prohibidas las corridas de toros e infrautilizado su espacio para carnavales, boxeo, conciertos y demás manifestaciones de índole popular.

Fueron muchas las generaciones que pasamos aquellas nocturnas veladas del estío viendo películas reestrenadas cientos de veces, muchas de las cuales nos las sabíamos de memoria, aunque eso era lo de menos. Lo importante era tomar el fresco y compartir la proyección con la familia, los amigos o la novia, comiendo manises, garbanzos tostados, chuflas (chufas) y toda clase de golosinas, así como bebidas refrescantes de todas las marcas.

Por su condición nocturna, habitualmente se retrasaba la primera función hasta casi las 21:00 horas, siendo la segunda a partir de las 23:00. Quiérase o no, estas veladas animaban a salir a la gente a la calle, siendo por entonces el tramo de rambla más concurrido de la zona hasta llegar a la plaza de La Paz, con excepción del que confluía con la calle Numancia y el parque municipal, menos multitudinario.

Fueron varios los empresarios que regentaron el cine de verano. Estos fueron: Casimiro Olózaga, Ramón Baudet, Juan Elio Díaz, José Alberto Benítez y Eduardo Garavito, y en su última etapa Carlos Ojeda Zamorano. Todos ellos, y a través de las varias denominaciones, facilitaron a la ciudadanía una fórmula sencilla y económica de pasar los rigores nocturnos del verano en animadas tertulias. Algo impensable hoy en día, por la profusión de medios y fórmulas de ocio existentes, inevitablemente mucho más onerosas.

Pero no quiero concluir sin aclarar el origen del famoso grito de guerra popular: "¡Claudio!". Nació este durante la regencia de José Alberto Benítez, cuando, estando él presente en una sesión, se detuvo esta por rotura del proyector; y ante las inmediatas protestas del público no tuvo más remedio que gritar con toda la fuerza de sus pulmones: "¡Claudio, Claudio!", llamando a su hermano, encargado del cine, para que reparara la avería y continuara la proyección de la película.

Curiosamente, yo mismo pronuncié en más de una ocasión el archiconocido grito de guerra, sin saber que el protagonista del mismo había sido un primo hermano toscalero de mi madre, y que de esa misma familia hemos tenido hasta uno de los mejores rectores que ha pasado por nuestra universidad lagunera.

Termino con otra anécdota, que yo calificaría "de cine". Sabido es por las noticias diarias en la prensa de los continuos robos de cables eléctricos que se cometen en recintos cerrados o en urbanizaciones poco concurridas, con la única finalidad de vender en la chatarra el cobre que contienen. Incluso hace unos días estuvieron a punto de provocar una explosión de gas propano al extraer una tubería de cobre que lo conducía. Pues bien, también en aquellos años ocurrieron cosas similares. En una de ellas, estando la plaza de toros regentada por Casimiro Olózaga, delegado de la Compañía Telefónica, se guardaba allí toda clase de material para las instalaciones, tal como postes y bobinas de hilos de cobre. Y era tanta la abundancia que para evitar la visita inadecuada de los ladrones el propio don Casimiro contrató a un guardián para la vigilancia nocturna. Al día siguiente de su debut, don Carlos Ojeda, propietario del local, acudió al mismo y se extrañó de no ser recibido por el guarda. De modo que comenzó a buscarlo por las dependencias de la plaza hasta que, sorprendentemente, lo encontró atado a un poste de teléfonos. Todo un golpe, influenciado sin duda por las numerosas películas de acción que se proyectaban en el recinto. Para que luego digan que esto del robo de cobre es una moda reciente.

Cerró, pues, el cine al aire libre (otro día hablaré del Ideal Cinema), con toda su carga de anécdotas y sucedidos para muchas generaciones. Unos recuerdos compartidos que seguirán en nuestra mente mientras vivamos, y también servirán, cómo no, para adobar alguna "batallita" a nuestros hijos o nietos.

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