Ocurrió en la última semana de julio de 2000. El Parlamento Europeo celebraba en Estrasburgo su último pleno antes de las vacaciones, y al salir de una votación me encontré con un amigo eurodiputado socialista, al que identificaré por las siglas C.A. Le pregunté: "¿Con quién comes?", y me respondió: "Contigo". Debo decir que hasta la llegada de Zapatero a la presidencia del gobierno en 2004, las relaciones entre eurodiputados españoles fue en general muy buena y son numerosos los socialistas de aquellos años que están entre los buenos amigos que tengo gracias a mi dedicación a la política. Esas excelentes relaciones políticas y personales empeoraron a partir de las elecciones europeas de 2004, con la llegada de una nueva camada de eurodiputado/as, que llevaron hasta las instituciones europeas la insoportable refriega que ya se padecía en España, entre ellas la ahora muy conocida Elena Valenciano, cuyas mañas zapateriles empezamos a padecer pronto todos, incluidos algunos de sus propios compañeros socialistas.

Vuelvo a aquella conversación con mi amigo C.A. durante un almuerzo en Estrasburgo. Quería saber quién era aquel hasta entonces desconocido Rodríguez Zapatero. C.A. es uno de esos amigos de otro partido con quien se puede hablar abiertamente, sin atisbo de sectarismo, porque sabe situar la amistad y la política en sus respectivos ámbitos. Me explicó todo lo que hoy es por desgracia conocido de ZP. Que no era nuevo en la vida política, con muchos años de diputado en el Congreso, desde 1986, y un largo etcétera. Pero mencionó dos rasgos de su personalidad que yo he recordado casi cada día a lo largo de estos interminables años de presidencia zapateril. Dijo que estaba poco cualificado, algo que ahora no es un secreto, y que era un tipo de cuidado, "mala persona". "En León, desde que es secretario general provincial, no ha dejado títere con cabeza", me dijo. Fue cuando le pregunté cuál era la razón para que él y un grupo de socialistas adscritos al guerrismo le hubieran votado. Se trataba de evitar la elección de Bono y, dado que ZP, según Guerra, había logrado el apoyo de los socialistas catalanes, decidimos votarle para romper el virtual empate. ZP fue elegido por ocho votos de diferencia sobre Bono.

Hace algunos meses coincidí en un vuelo con C.A. y le recordé aquella conversación en Estrasburgo que acabo de resumir. "Sí", me dijo, "ha resultado mucho peor de lo que habíamos pensado; la verdad es que nadie creyó entonces que alguna vez podría ganar unas elecciones y presidir el gobierno".

A estas alturas, ya se ha dicho casi todo de Zapatero y las nefastas consecuencias de su gestión de gobierno. España, arruinada, endeudados hasta las cejas, rotos todos los consensos laboriosamente alcanzados durante la Transición, españoles enfrentados por esa desdichada ley de la memoria histórica, las instituciones desprestigiadas, millones de españoles sin trabajo, los filoetarras de Bildu gobernando en cientos de ayuntamientos... Ha acabado hasta con el poco prestigio que conservaban los sindicatos y ha colocado a su propio partido al borde de su necesaria refundación. Ya lo veremos.

De lo que culpo a los miembros del PSOE, especialmente a sus diputados, es de que no hayan sido capaces de sustituir a Zapatero, por ejemplo, en aquella aciaga jornada de mayo de 2010 cuando anunció en el Congreso un giro copernicano a su desastrosa política económica. Zapatero entonces, por un mínimo de decencia y coherencia personal, tendría que haber dimitido para ser sustituido por otro socialista o para convocar elecciones. No lo hizo, y nos ha tenido un año más arrastrándonos por los fondos de una crisis total sin atisbo de tener fin.

Lo peor es que hasta para anunciar que se va ha vuelto a hacer uso de sus peores mañas, recurriendo a nuevas mentiras y marrullerías. Nunca en democracia se han convocado elecciones anunciándolas con cuatro meses de antelación. ¿Por qué el 20 de noviembre y no ya mismo, cuanto antes? Si, como dijo, se ha alcanzado el final de la crisis y los síntomas de la recuperación económica son ya un hecho, ¿por qué adelanta las elecciones y no agota el mandato para retirarse en loor de multitudes?

Y lo peor de lo peor: ya verán el 18 y 19 de noviembre que nos esperan, recordándonos el significado político de la fecha del 20, algo que ya desconoce una mayoría de votantes españoles. Pero se trata de tensionar, de crear follón, como le dijo a Gabilondo al final de aquella entrevista televisiva y que oímos gracias a un micrófono indiscreto. Ruin y marrullero hasta el último minuto.