LA gente se enardece con cada editorial de EL DÍA. Nuestra centralita se colapsa de tantas llamadas de apoyo y abunda la correspondencia, tanto la convencional como la electrónica, alentándonos a seguir en una línea que no es otra que la defensa de los intereses del pueblo canario. Intereses que se sintetizan en que estas Islas recuperen cuanto antes una libertad que les fue arrebatada, por la fuerza y ocasionando un genocidio entre sus habitantes, hace casi seis siglos.

No elogiamos la actitud de los políticos pero tampoco entramos en lo que deben o no deben hacer. No entramos en si cierto político debe o no debe dimitir. Tan sólo nos quejamos de la corrupción política en general. Esto ocurre por la forma en la que se están conduciendo actualmente los partidos políticos. Los partidos son necesarios, pero la partitocracia es maligna. Los partidos han de ser los cauces para que los ciudadanos participen en política, pero no pueden, en modo alguno, suplantar la voluntad de los votantes, que es lo que ha ocurrido en Canarias para que un déspota haya accedido a la presidencia del Gobierno regional o, considerando que ya estaba en ese puesto la legislatura anterior, para que se renueve en el cargo sin aportar nada útil a los canarios.

Es un grave pecado moral, al margen de que posiblemente también sea un delito de corrupción, perjudicar al pueblo en beneficio propio. Si un político y cuantos militan con él en el mismo partido no buscan el bienestar del pueblo, son indignos de acceder a cualquier cargo público, tanto si es un cargo de mucha responsabilidad como si se trata de uno de inferior categoría, aunque no por ello menos indigno pues tan digno es el trabajo de un ujier como el de un alto mandatario, siempre que ambos actúen con decencia. Un ejemplo de indignidad política -una afrenta para todos los canarios- es el ejercicio de la política pura de la que tanto presume la señora Oramas; la quícara de don Paulino en Madrid, pues ella misma, y no nosotros, se ha dado ese nombre. En definitiva, es indigno estar en política tanto para sanear el propio bolsillo como para apoyar a alguien que tanto daño le ha hecho a España como Zapatero. Daño a España y mucho más daño a Canarias, ya que al ser una colonia española, lo decimos un día más, nos toca la peor parte y con diferencia.

Nos recriminan algunos de nuestros lectores que estemos llamando a un alzamiento. En absoluto. Nunca lo haremos, aunque debemos decir, porque así nos lo dicta la conciencia, que lo ocurrido el 18 de julio estaba justificado. No obstante, jamás puede producirse otro alzamiento militar, que sería anacrónico y estúpido. Ahora es el pueblo el que debe levantarse no en armas, sino pacíficamente -armado con las armas de la razón y de la decencia- para acabar con tanta y tanta corrupción que nos ahoga. Y en el caso de Canarias, para acabar también con cerca de seiscientos años de colonialismo opresor, esclavizante, saqueador de nuestros bienes, mutilador de las ilusiones de nuestra juventud, inhibidor de la deseada y necesaria concordia entre los canarios y, en pocas palabras, causa primera y última de que unas islas afortunadas se hayan convertido en una tierra desgraciada. Una causa con un causante que no es otro que don Paulino Rivero por su despotismo, por su ambición desmedida, por su ineptitud y por su alta traición política al pueblo canario, al que engañó presentándose como nacionalista sin haber pedido jamás la libertad de estas islas y de sus habitantes.

Ante esto, lo reiteramos, el pueblo tiene que alzarse lanzándose a la calle de manera organizada. Tiene que plantarse ante el Parlamento, de forma pacífica pero con contundencia, porque es en ese antro político donde se reúnen los que afirman representar la voluntad popular, cuando en realidad sólo representan sus propios intereses. Cuando no se suben el sueldo en épocas de hambre, reprueban al único periódico de estas Islas que defiende la libertad del pueblo; de un pueblo bendecido por Dios pero explotado por los peninsulares que nos colonizan sin compasión. Qué sarcasmo tan grande el hecho de que unos diputados hayan llegado a donde están gracias a los votos del pueblo y que luego, nada más tomar posesión de sus cargos, lo hayan traicionado vilmente.

¿Por qué somos una colonia? ¿Por qué somos una autonomía y no una nación libre?