ME ENDULZASTE las tristezas con tus dedicados versos, me acompañaste el alma, el tiempo y hasta el recuerdo. Me distrajeron tus notas envueltas en brisa y olas, y me acurruqué en tu mástil, y te abracé sin demora para que sintieras tú lo que yo al oírte siento en las distancias que duelen, en el callar del silencio, en las penas y alegrías, en la emoción desde lejos. Sigue tú tocando el timple, allá en mis islas queridas, que yo lo escucharé aquí, mientras canto unas folías.

La señora Genoveva, fiel lectora de mis escritos, según ella, me dedicó hace algunos días unos versos de esos que salen del alma. Esta amable tinerfeña, lagunera y canaria, me llama cariñosamente en su carta electrónica "querida andoriña canaria". Con sus letras me cuenta, entre otras cosas: observo el apego que tienes a tus islas, que me llega a lo más profundo; tus paseos, tus recorridos, tus sueños, siempre buscando algo comparable a las peñas de tu amor.

Tenemos algo en común, me dice, escribo poesías sobre nuestras islas; y yo añado: bastante profundas y sentidas, por cierto.

Doña Genoveva, usted también tiene alma poeta. Gracias por haber inspirado esas frases con las que comencé este escrito. Me despido con unos versos suyos que tengo como oro en paño, y esto no solo por haber tenido el bonito detalle de dedicármelos, sino por mantener viva esa fuerza interior canaria que usted convierte en poesía: "Déjame decirte timple, / que no dejes de sonar, / sabes, tú eres para mí el amigo, / ese amigo, que no se puede olvidar.

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