CAMPS, el presidente de la Comunidad Valenciana, mintió. Nunca se pagó sus trajes como dijo una y otra vez en el Parlamento autonómico. Todos lo sabían, incluidos los dirigentes de su partido, pero él seguía aferrado a esa mentira como si, a fuerza de repetirla, fuera a conseguir cambiar la realidad.

Los trajes, los famosos trajes, que iban a retocarle a un lujoso hotel madrileño porque llevaban unas trabillas italianas para que sentaran mejor, no se pagaron con el dinero de la farmacia de su mujer, donde nunca apareció el gasto contable. Se los pagó una trama corrupta, como ha dejado constancia el juez Flors en su auto por el que lo va a sentar en el banquillo de los acusados.

El Partido Popular, que negó las acusaciones, intenta ahora minimizar el hecho delictivo con frases despectivas como "total por tres trajes...". Se olvida de que las tramas corruptas no regalan nada en balde y que los generosos donantes del vestuario de Camps obtuvieron jugosos contratos de la Generalitat valenciana. Pero posiblemente el PP tenga razón y no fue, solo, a cambio de unos trajes.

Algo más debió de obtener la trama Gürtel. Y ese es el objeto de otra causa, mucho más grave, por financiación ilegal que todavía está en fase de instrucción.

Fuentes del PP valenciano aseguran que en el ánimo de Camps está el acabar la legislatura aun cuando le condenen por cohecho impropio. Lo grave es que el líder de su partido Mariano Rajoy lo consienta. Le apoyó firmemente en la campaña electoral sabiendo que apostaba a caballo ganador y porque nunca creyó que alguien se pudiera vender por unos trajes; o así le decía a la gente de su entorno. Ahora que lo sabe, que lo han reconocido los propios abogados del presidente de la Generalitat, ya no hay excusa.

¿Se van a aferrar a la ignominiosa excusa de que el cohecho impropio no lleva aparejada pena de cárcel? ¿Van a convencer a los ciudadanos de que a Camps le perdió una humana coquetería, una afición desmedida por la estética?

Lo cierto es que los valencianos, pese a las graves imputaciones que pesaban sobre él, le votaron masivamente hace apenas dos meses, demostrando, lamentablemente, que la corrupción no tiene coste electoral. O, tal vez, porque la alternativa política, es decir el candidato socialista Jorge Alarte, no solo ha sido incapaz de hacer una oposición digna de tal nombre, sino que su capacidad de despertar entusiasmo es prácticamente nula.