Si funcionó, ¿por qué se quita? Esta pregunta se la formulaba ayer determinado periódico afín al Gobierno. Al Gobierno de España, naturalmente, ya que los afectos reunidos durante estos días por el Ejecutivo canario son otros y un tanto sorprendentes, si bien la vida misma es una sorpresa continua. Lo que ha funcionado y se ha quitado es el límite máximo de velocidad fijado en 110 hasta el 30 de junio y de nuevo en 120 a partir de ayer, 1 de julio, coincidiendo con el comienzo de las vacaciones de verano. Unos 450 millones de ahorro en la factura del petróleo que compramos en el exterior -casi el cien por cien del que consumimos, habida cuenta de que la producción propia es escasísima y de mala calidad-, amén de más seguridad en las carreteras -eso personalmente no lo creo- y menor contaminación; aspecto este último respecto al que también albergo bastantes dudas, porque se podría contaminar muchísimo menos adoptando hábitos que no suponen casi ningún esfuerzo o molestia adicional.

Sea como fuese, si con la limitación a 110 se han ahorrado unos 150 millones de euros cada mes, ¿por qué no seguir con ella?, insisto en preguntar. Cuestión de sencilla respuesta. La primera tanda de españoles salió ayer de vacaciones. Eso significa, en un país altamente motorizado como este, miles, cientos de miles de desplazamientos por carretera esencialmente de urbanitas a los que hasta ahora poco o nada les ha afectado la limitación más restrictiva. La velocidad a la que pueden circular en las ciudades que habitan, o en sus alrededores, es mucho menor. El corsé viario lo hubieran sentido a partir de ahora, aunque sería a finales de agosto o principios de septiembre, contando el imprescindible período de tramitación, cuando empezarían a recibir las multas; las que la Guardia Civil no les hubiera comunicado en la propia carretera, naturalmente. Con lo cual hubiesen concluido las vacaciones -o, peor aún, las hubieran iniciado- acordándose de Rubalcaba y de sus antepasados. Un inconveniente, se mire como se mire, para alguien obligado a ser simpático para quitarle votos al PP; cuantos más, mejor.

Así es como se sigue gobernando en España: a golpes de efecto o con la torpe alquimia de un aprendiz de brujo. Algo posible y plausible -entre nosotros la picaresca nunca ha estado mal vista y los pícaros siempre han sido héroes- porque uno a uno somos muy listos; más listos que un teutón o que un gringo de aquí a Lima en trayecto de ida y vuelta. Pero colectivamente damos pena. No ya un "químico" como Rubalcaba; hasta un charlatán como Zapatero puede vendernos jarabes para que nos crezca el pelo sin que se nos tiña, ni siquiera de colorado, o agua salada en cantidad suficiente para que los dos diputados de CC lo apoyen en Madrid mientras practican el baldío arte de la política pura. Así somos de desgraciaditos. Y lo peor es que no aprendemos.

Lo malo -para el químico, por supuesto- es que junto con el aumento del límite de velocidad la prensa también anunciaba ayer la subida del desempleo, por añadidura -el período estival- donde lo normal es que descienda el paro. Ya veremos en qué queda todo esto, aunque ya sabe el PSOE -y el PP, y CC- que siempre tendrá adeptos haga lo que haga.