TENDRÍA yo 13 años cuando supe lo que es un hipérbaton. El primer ejemplo que nos ofreció el profesor de Literatura del Instituto de La Laguna es este tan conocido: . (Creo no equivocarme si aseguro que tales versos están extraídos de un poema de Fray Luis de León).Y todos ustedes saben que colocando las palabras en el orden normal de la frase, esta quedaría así: "Tengo un huerto plantado por mi mano, en la ladera del monte". Muchos escritores siguen empleando hoy el hipérbaton, en busca de una belleza literaria no siempre conseguida. Pero hay quienes, queriendo descubrir el Mediterráneo, se pasan un pelín, por lo que dan a luz una extraña criatura.

Estoy leyendo "La mirada de Orfeo", escrito por el grancanario Juan Luis Gallardo y editado por la Viceconsejería de Cultura y Deportes del gobierno de Canarias en 1991. El señor Gallardo escribe de manera absolutamente normal casi a lo largo de su libro; pero, de vez en cuando, y sin que uno llegue a acertar con qué intenciones, nos ofrece cosas como estas: "Su cuerpo ahora con la mínima resistencia asciende para luego a la tierra aferrase que le vio nacer". Si el señor Gallardo quiso construir un hipérbaton, está claro que le salió algo parecido al idioma chino, al que imagino el más complicado del mundo, aun sin conocerlo.

Dice en otro momento el escritor canario: "Los montes (…) en frente, a su vuelo oscuro prestaban azul". La verdad sea dicha, la frase no le salió mal al escritor. Pero luego leo: "Tuneras indias y aulagas del camino rendían sus púas por no más dolor". Y yo, pobre de mí, no sé lo que el literato quiso decir. Poco después escribe: "El mar, abajo, en cambio, en la raya, remedando al cielo, una sombra era, como el ataúd".

Me gusta más este ejemplo: "La banda de Agaete, la más solemne, marcha, el timbre más grave, la nota más refinada, lograba arrancar que jamás tocó". He copiado al pie de la letra, incluidas las comas, utilizadas aquí tan profusamente.

Continúo con otro ejemplo: "Abajo, contando las piedras, cuenta nos dimos, le habíamos dejado y él no nos llamó". Como no quiero cansarlos con tanta frase disparatada, voy a dejar a un lado los hiperbatones del señor Gallardo, si es que en verdad lo son, para ocuparme de asuntos ortográficos. Vean: "Nacido en el punto geográfico de inflección…". Cada vez que me he visto en la situación de escribir la última palabra de la frase copiada he escrito inflexión, en lugar de inflección. Pero no sé si ha habido nuevos cambios en la Academia. Ustedes me dirán.

Voy a extractar dos frases un tanto largas que he encontrado en el libro citado, pero respetando lo que yo considero anómalas situaciones: "Dejémos a los americanos del trópico". Y esta otra: "Dános tu testigo". Uno no acierta a comprender por qué motivos aparecen acentos gráficos en las palabras dános y dejémos, ambas llanas o graves y terminadas en ese.

Por lo que respecta al vocablo abruptidad, diré que, ante la duda, consulté el DRAE. Pero parece que al DRAE no le gusta tal palabra. A mí, tampoco. También escribe el autor canario: "La arboleda oblícua y la proa inclinada". Como si la palabra oblicua fuera esdrújula, el autor coloca tilde o acento, como ustedes quieran. Creo que estaría la palabra mucho más elegante si no se le colocaran adornos innecesarios.

Uno no sabe las razones que llevaron al autor de "La mirada de Orfeo" a escribir las rarezas que he dejado expuestas en este destartalado artículo. De todos modos, han existido y existen escritores de más alta alcurnia literaria que van por idéntico camino y se quedan tan tranquilos. Don Camilo José Cela, a quien tanto admiro y cuyo Nobel me ha parecido siempre justísimo, ha escrito más de una vez palabras, giros, concordancias un tanto fuera de lugar, según mi modesta opinión. Ejemplos: "En la primer postura que quieran encontrar…". Todos sabemos que la palabra primero puede ser apocopada y convertirse en primer. Pero asegura el Panhispánico que esto ocurre "solo cuando precede a un sustantivo masculino singular, aunque entre ambos se interponga otra palabra (el primer ministro; mi primer gran amor)".

Para finalizar, empleo otras palabras de don Camilo: "Eso tan desesperador y tan huérfano". Debo decirles que el adjetivo desesperador me parece bastante desesperador. ¿Y a ustedes?