¡Hay Señor! Qué daría yo por poder gozar todas esas romerías que se están celebrando en mi isla tinerfeña. Parece que fue ayer, pero en realidad hace ya algunos años que no disfruto en directo la alegría de esta fiesta tan entrañablemente nuestra. Les cuento que en innumerables ocasiones me sumergí en aquellos ríos de colores, olores, sabores y folclore extraordinarios y les confieso que siempre me identifiqué con los bailes, la música y el sentir romeros. El jubilo de ver a tanta gente exaltando nuestras tradiciones, cantando, bailando y vistiendo los trajes típicos canarios hacía rebosar mi espíritu aventurero de sentimientos canarios. Por todos lados se oían timples, tambores y chácaras que guiaban el ritmo con el que las almas y los corazones de un pueblo -el canario-, bailaban y cantaban bendiciendo su tierra. Para mí, vivir estos momentos significaba el encuentro con mis raíces; me emocionaba, algo fácil de entender cuando uno quiere su tierra. Un montón de carretas tiradas por bueyes y adornadas con productos del campo, hacían las delicias del público asistente a la romería. Todas ellas derrochaban colorido e inundaban el camino a su paso, con un universo de agradables aromas culinarios difíciles de olvidar.

Recuerdo que los cantares de isas, folías, malagueñas y tajarastes se mezclaban entre las gentes allí presentes: romeros ataviados con el traje típico correspondiente; el pueblo apoyando nuestras tradiciones, y turistas con la boca abierta, sus cámaras de fotos o de vídeo preparadas para obtener una instantánea de aquella enorme parranda que en forma de homenaje rendía culto a las costumbres y tradiciones del país canario. Los tonos rojos, verdes, negros, amarillos, blancos y azules teñían el ambiente de una forma especial; yo diría que en el color se encuentra una parte de la belleza que caracteriza a esta fiesta tan popular. El vino tinto de la tierra, el zurrón del gofio, el trocito de carne de cabra con papas arrugadas y las sardinas asadas fueron para mí ese día como el manjar de los dioses. Comí, bebí, canté y bailé todo lo que quise; disfruté de lo lindo y, encima, rodeada de mi gente en la isla de la eterna primavera.

Romerías como la de Los Realejos, Tegueste, Icod el Alto, La Orotava, La Laguna, Tacoronte, Arafo, Garachico, Las Mercedes, Guamasa, etc., dejaron en mí un recuerdo inolvidable y unas ganas locas, de volverlas a vivir desde que pueda. En una de aquellas veces, al término del impresionante tenderete, me subí al coche e intenté ponerlo en marcha; como no quiso, entre todos cantamos aquello de "échale vino tinto a ese coche, que no arranca, que no arranca". Terminamos todos riéndonos, como ustedes se podrán imaginar.

La experiencia vivida en cada una de esas romerías me ha hecho reflexionar sobre la necesidad que tenemos los canarios de mantener vivas todas nuestras tradiciones. Impulsar el turismo es muy importante, pero creo que la agricultura, la ganadería y la pesca se merecen un futuro mejor en nuestro archipiélago. Sin duda, estos son algunos de los pilares en los que se apoyan las Islas Canarias, el país canario.

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