YA SÉ que los resultados de las elecciones municipales no son extrapolables, ni mucho menos, a las generales, pero sí pueden servir de termómetro para ver por dónde irían las cosas. Históricamente, el partido ganador de las municipales es el que posteriormente llega a la Moncloa -solo 2008 fue la excepción-, y si esto fuera así, tras la debacle del PSOE y la histórica victoria del PP, los populares pasarían de los 154 escaños que tienen actualmente a 162, y los socialistas pasarían de los 169 a 117. Es decir, perderían nada menos que cincuenta y dos escaños.

Estos datos son los que estos días están estudiando los socialistas, pero ni aun así reaccionan. Ahora mismo el partido de la calle Ferraz es un auténtico erial, un funeral, donde nadie quiere asumir el duelo y menos enterrar al muerto viviente. El problema es que no tienen tiempo para regodearse en su dolor; ni siquiera están en condiciones de seguirse lamiendo las profundas heridas del 22-M. Aquí no ha habido dimisiones ni golpes de pecho ni rectificaciones que valgan. Todo sigue igual... cuando todo ha cambiado.

Lo que más se oye es que ni siquiera deberían hacer primarias, limitándose a señalar con el dedo a Rubalcaba y a... otra cosa mariposa. El argumento para sostener el asunto es que no es momento de abrir el partido en canal y poner negro sobre blanco las discrepancias entre los candidatos. Claro que también los más hábiles dicen que no se debería quemar inútilmente la candidatura de Carme Chacón para convertirla en una apuesta a futuro. Sea como fuere, el silencio de los dos aspirantes es estruendoso por mucho que Blanco insista en decir que no quiere acuerdos entre bambalinas.

Están tratando el asunto como si la cosa fuera solo de un cambio de caras, cuando lo que verdaderamente importa es saber cuál es el proyecto que los socialistas tienen que defender, dado que los ciudadanos le han dicho "no" al que representan actualmente. Por eso, lo más sensato sería bien la celebración de un Congreso -ni siquiera sería necesario convocarlo con carácter extraordinario, ya que estarían en fechas con uno ordinario-, bien un adelanto electoral, para después abrir una nueva etapa.

En cuanto al Congreso, de celebrarse, saldría no solo el candidato, sino también el nuevo secretario general del partido, evitando una bicefalia que conlleva muchas complicaciones. Ese sería el lugar adecuado para hacer borrón y cuenta nueva, coger el toro por los cuernos y hacer una autocrítica en profundidad de por qué han llegado a tales cotas de descrédito e impulsar un nuevo proyecto político. Sin embargo, no parece que esa sea la opción, aunque sería la más coherente.

Tampoco las mentes pensantes y los que cortan el bacalao en la Ejecutiva Federal se plantean un adelanto electoral, y salvo algunas excepciones como la del extremeño Fernández Vara -que ya ha dicho que si él estuviera en el pellejo de Zapatero las adelantaría- no quieren ni oír a hablar de someterse de forma inminente al veredicto de las urnas. Quieren apartar de ellos ese cáliz en la esperanza de que la situación económica dé algún síntoma de recuperación y la sangría sea menor en 2012.

El problema no es que ellos quieran aguantar y conservar todo lo que puedan el sillón; el problema es si España aguanta y las cosas pintan de nuevo feas. La solvencia de nuestra economía está nuevamente en cuestión. El diferencial de la deuda respecto al bono alemán se ha vuelto a situar en los 263 puntos básicos, y el Íbex 35 sigue cayendo. Pero, además, el gobierno tiene muy pocas opciones frente a la presión de los acreedores que cada día se ponen más nerviosos ante el rumor extendido de que el presupuesto de nuestro país tiene una desviación importante en el objetivo del déficits previsto para este año, por no hablar de la espectacular deuda autonómica. Con este panorama, tal vez el Gobierno quiera aguantar, pero no lo dejen. Lo que les conviene a los socialistas tal vez no le convenga a España, y eso sea un choque de trenes de consecuencias incalculables.