PUDO haber sucedido en cualquier isla, naturalmente, pero ocurrió en un restaurante de Las Palmas. Una pareja de turistas europeos, de mediana edad, entró en el local y pidió una cerveza con dos vasos y un par de panes. Ese fue el almuerzo de ambos. Aproveché para relatarle un caso similar que presencié, esa vez en una zona turística de Tenerife, al amigo que me contó el asunto de la isla redonda. "Cerveza y pan como único sustento, al igual que en la Edad Media", me dijo sin abandonar su asombro.

Hace ya algunos años le comenté a Ricardo Melchior, cuando aún no presidía el Cabildo de Tenerife, que esta Isla no necesita cinco millones de turistas. Le sobra con dos o tres, eso sí, siempre que gasten un poco más. "Sí, pero nos hemos configurado hacia un turismo masivo y necesitamos esos cinco millones". Esto, o algo muy parecido a esto -estoy citando de memoria- me respondió quien meses después asumiría la presidencia de la Corporación insular. Desconozco si el señor Melchior sigue pensando igual.

Siempre he creído que la mejor baza de los políticos canarios es el aislamiento relativo de la población. Un desconocimiento generalizado de lo que existe más allá del rompeolas de Las Teresitas -por lo que respecta a Tenerife- que les ayuda a todos, sean cuales sean las siglas bajo las que militan, a mantener y perpetuar un engaño altamente rentable para ellos. Ya dice el refrán que quien no sabe, actúa como quien no ve; es decir, como un ciego. Basta, sin embargo, dar una pequeña vuelta por ahí fuera para comprobar a qué precio se venden otros destinos no tan agraciados como Canarias; unas Islas que poseen un clima excepcional -inviernos templados, veranos no excesivamente calurosos y muy escasa incidencia de fenómenos meteorológicos extremos-, ausencia de muchas incomodidades inherentes a países tropicales -aquí los mosquitos no pesan un kilo-, la posibilidad de pagar en la misma moneda -el euro- que utiliza el visitante en su propia casa, seguridad en las calles, un sistema sanitario a la altura de cualquier país desarrollado, amabilidad de la población, muy buena planta hotelera, etcétera. ¿Y todo eso por el precio de una cerveza para dos y un par de panecillos? ¿Cinco millones de visitantes sólo en Tenerife -casi doce en todo el Archipiélago a finales de este año- únicamente a cambio de migajas? "Ustedes están locos", me dijo en su momento un colega francés, sin duda acostumbrado no ya a los precios de París o la Costa Azul, sino de cualquier enclave vacacional galo.

Asunto distinto es vislumbrar lo que se puede hacer para remediar esto. O al menos para que Canarias no se siga devaluando en el mercado turístico internacional. Coinciden el PP y Unión, Progreso y Democracia en señalar que las líneas aéreas de bajo coste no son lo mejor para conseguir visitantes de más poder adquisitivo, que los hay. Francia, por volver al vecino del norte, no tiene precios más baratos que España y, sin embargo, recibe más turistas que nuestro país. Turistas incompatibles, en cualquier caso, con el tatuado que va por la calle sin camisa. Una mera cuestión de elegir lo que queremos y lo que nos conviene, aunque parece que CC ya lo ha hecho al apostar decididamente por estas compañías de vuelos baratos. Pues adelante con el invento, y enhorabuena a los fabricantes de pan y cerveza.