EL PERIÓDICO traía el otro día un artículo de José Manuel Encinoso, de su serie "Cosas de Santa Cruz", que trataba de las iglesias de Santa Cruz de cuando él era pequeño, y me ha parecido oportuno hacer un comentario más o menos largo a esas iglesias y a otras de mi también tiempo de infancia y juventud.

Esta faceta de las iglesias en la vida de los ciudadanos ha ido sufriendo cambios constantes y orientados en la inmensa mayoría de los casos a una disminución de la fe religiosa de los españoles, al compás quizás de la recuperación económica y cultural del país, iniciadas ya en los primeros años treinta, recuperación que, como padecemos todos actualmente, está sumergida en un bache del que al parecer no la saca "ni el ingeniero alemán", como se decía entonces cuando se quería alabar la pericia de cualquier ciudadano en instalar en su casa una trampa para no pagar toda la luz consumida, sino cuanto menos mejor. Las ceremonias religiosas en un país confesional como fue el nuestro tienen una importancia trascendental, y las máximas autoridades del pueblo, la comarca, la provincia, la región o la Comunidad, y hasta de la nación, eran las primeras en participar en ellas. Los niños lucían sus mejores galas, las personas mayores, sobre todo las mujeres, estrenaban ropa y las calles y paseos se llenaban de jóvenes y señoras con sus mantillas y sus trajes negros y se dedicaban a recorrer con sus familiares las estaciones y admirar los monumentos. ¿Y ahora? Aunque la crisis económica ha restringido las salidas de las ciudades, las carreteras de la nación se han visto esta Semana Santa plagadas de vehículos en los que los sufridos contribuyentes lo que desean es abandonar cuanto antes el sitio de aparente tortura donde trabajan, y se encaminan a playas, montaña o extranjero, según sus gustos y posibilidades, y gran parte de las ciudades han quedado desiertas. De las procesiones en mi pueblo solo sé lo que me dicen los periódicos cada día o lo que me cuentan mis hermanos.

Gran influencia ha tenido la vida religiosa en los colegios, ya que estos han sido principalmente confesionales, y durante meses y años ha sido costumbre ir los domingos a misa al colegio en que uno estudiaba primaria y hasta secundaria.

Para mí, las importantes iglesias de mi pueblo chicharrero son las mismas que nos cita el reportaje indicado, que empieza por mencionar la iglesia de San Francisco, en la calle del mismo nombre, que ha sido la más frecuentada en mi vida santacrucera, y así como mencionaba Encinoso que allí le bautizaron sospecho que allí también me cristianaron a mí, y lo que es seguro es que allí me casé un 2 de enero de acaba de hacer sesenta años; y quien me casó fue también don Juan Batista, a quien, con ese motivo, fuimos a visitar a su casa terrera de la calle San José, si bien quien me bautizó creo que fue el padre Tarife, que bautizó y casó a mi madre y que cada año en la fecha de mi santo o en el de mis hermanas bajaba de La Laguna y traía como regalo onomástico un libro de cuentos. Asimismo, recuerdo que solía bajar no sé qué día de la semana o del mes, pasaba un ratito de visita en casa sentado en una mecedora que había arriba en lo que fue durante años mi cuarto y luego el de estar y después se iba a jugar al tresillo a casa de mi tío Guillermo. Nunca aprendí a jugar a ese juego de cartas reservado a los mayores y tampoco lo vi jugar en la Península, donde en mi familia Cabrera a lo que jugaban era al "bridge", y solo me acuerdo de aquello de "espada, mala, basto, rey". ¿Se sigue jugando al tresillo en Canarias? No lo creo, y yo al menos no lo he visto hacer desde hace unos setenta años. El padre Tarife fue mi profesor de Religión en el Instituto de La Laguna, en sexto de Bachillerato, y en los veranos (y todos los días) decía misa en la desaparecida iglesia de San Agustín a velocidad tal que hoy sería un "Guiness", lo que supongo que hacía que su misa fuese muy frecuentada los domingos.

La de los domingos a las once en San Francisco era a la que habitualmente íbamos mi padre y yo, y después nos íbamos andando al Club Náutico viejo, ya que mi padre era un balandrista muy asiduo, y a veces recuerdo que otros jóvenes, mayores ya, le solían decir, en plan de broma y repitiendo una de sus frases muy repetidas: "Qué, don José, ¿ya saltó la brisa?". Al lado de la iglesia y en la plaza estaba la Audiencia, en cuyos escalones mataron un día del año 35 al entonces presidente de la misma y, en aquellos momentos, gobernador civil accidental por ausencia temporal del titular en la Península, lo que causó entre nosotros, los jóvenes, un gran revuelo, pues sus hijos, Fernández Tabares, iban con nosotros al mismo colegio, el Paedagogium Teneriffa, que he mencionado en otras ocasiones, y además vivían, antes de ser presidente de la Audiencia y solo magistrado, en la casa casi enfrente de la nuestra en Lucas Fernández Navarro, luego General Sanjurjo, hasta recientemente que el alcalde le ha puesto un nombre que se me antoja absurdo. Casa a la que tuvieron que volver después del asesinato en plena República y que, que yo recuerde, quedó sin ser castigado.

Menciona a continuación Encinoso la iglesia del Pilar, donde dice que hizo la primera comunión. La mía la hicimos un grupo de escolares de San Ildefonso en la capilla del colegio. Por casa anda un retrato donde figuramos quienes participamos en la ceremonia, vestidos de "marineritos", que como entonces era poco menos que obligatorio, y entre los que figuraban sentados conmigo en el primer banco los muy queridos y recordados hermanos Paco y Pablo Matos Martén. Esa foto me jugó, sin querer, una mala pasada. Hace una pila de años y en no recuerdo qué periódico de Santa Cruz, pero me parece que en La Tarde, empezaron a salir una serie de fotos de diversas promociones de Bachillerato (de las que entre otras recuerdo las de Sergio Mora y también la de Opelio Rodríguez) con los nombres de cada uno de los integrantes de la foto, y antes o después, no me acuerdo del orden, otras de primeras comuniones, también con los nombres al pie. Y desde esta casa de Madrid en la que vivo recuerdo haber visto publicada la mía, a la que acabo de hacer referencia, con los nombres al pie, y la sorpresa para mí fue que el mío era reemplazado por una equis mayúscula, como desconocido. Desconocido en mi tierra, con toda mi familia en ella. Con posterioridad, Pablo Matos, que es una enciclopedia de datos y noticias, al menos de Santa Cruz, me ha mandado una lista con los nombres de casi todos, pues alguno no recuerda quién es, cosa lógica cuando han pasado más de ochenta años y muchos compañeros eran hijos de personas destinadas a Santa Cruz que, después de un par de años, se volvían a la Península.

De la entrañable iglesia del Pilar recuerdo ante todo que enfrente estaba la Casa Cuartel de la Guardia Civil, que con los años fue a parar a la casa de don Sixto M. Machado, ahora inmersa en melodías. Otro recuerdo no usual de la iglesia del Pilar se refiere propiamente al Colegio del Pilar, al que he ido solamente una vez a... jugar al fútbol. Sería seguramente el año 33 o 34, y yo estaba en el Paedagogium,donde cursé segundo, tercero, cuarto y empecé quinto de Bachillerato. Íbamos al colegio, al menos algunos, en una guagüita que nos venía a recoger a la esquina de la calle nuestra y nos llevaba junto con otros compañeros hasta el colegio. El conductor era un señor más bien mayor (igual no llegaba a los treinta) que se tomó interés por aquel grupo de estudiantes, muchos aún párvulos, e intervenía algo en nuestros juegos, especialmente en un equipito de fútbol, algo así como lo que hoy llamamos fútbol sala, por el número de jugadores y por el tamaño del campo. Y el buen señor nos organizó un encuentro contra un equipo del colegio del Pilar, donde un buen día fuimos a jugar. Lo siento, pero no recuerdo más, excepto que en el equipo de aquel colegio jugaba Manolito Gómez, cuya madre tenía una escuela en la Rambla, con quien unos pocos años después me encontré jugando ya en equipos juveniles y como rival. A esa iglesia iba todos los días mi tía Emelina Cabrera, que entonces vivía en la calle Bernabé Rodríguez, y también doña Sixta Cañadas, tía de mi mujer, que también entonces vivía en Sabino Berthelot, ya casi en la plaza de Ireneo González, donde el instituto de entonces.

Dejaremos para otro domingo más comentarios sobre estas iglesias de mi Santa Cruz de niño y juventud.