UN GODILLO, es decir, un godo bajito, camina alborotado por ahí tratando de sacudirse el lastre que significa, para él, la sobrecarga de un currículo que no le agrada lo más mínimo, utilizando los más diversos recursos para que los demás no lleguemos nunca a descubrir esos terribles complejos que lo han llevado a mariposear sobre diferentes trabajos, distintas prebendas (suelen gustarle las cuchipandas que jamás tuvo) y el acceso a cuentas corrientes amasadas con métodos inconfesables. No es un caso inusual. Por el contrario, podemos ver a muchos de estos especímenes diseminados en ámbitos dispares, aquí y en Europa, desarrollando su desenmascarada labor. Sin embargo, nosotros, el común, no poseemos otra opción que la de estrujarnos la mente para transitar alejados lo más posible de esos problemas, fuentes de multitud de contrariedades, actitud que nos permite visitar sin alharacas un guachinche, saborear una sama roquera, papas negras (esto resulta dificilísimo, por su precio y porque no se encuentran), mojo verde, un buen tintorro y así adquirir fuertes dosis de estoicismo para soportar las formidables tareas recaudatorias que ya han anunciado las distintas administraciones y que nos dejarán, sin remedio, mirando hacia el cielo ante la terrible situación depauperada que se acerca al galope.

Algunas veces, pocas, nos preguntamos el impulso que obliga a otras personas a elegir el difícil, complicado y pesado mundo de la política para acceder dignamente al sustento y solaz diarios que conforman una monótona vida occidental. El político y el godillo no piensan en la vulgaridad que significa mandarse una perra de vino. No. Después de largas y penosas reflexiones llegan al convencimiento íntimo de que sus vidas están enfocadas, sobre todo, hacia el servicio a los demás. Y para ello, unos buscan y rebuscan, afanosamente, un puesto de salida (en este caso, de llegada a Europa) que aporte unas dietas flexibles, es decir, no rígidas, que puedan cambiarse alegremente y que, por tanto, puedan amoldarse, en cualquier momento, a sus perentorias necesidades que surjan en el desempeño de tan apocalíptica gestión. Es la manera más eficaz (la de sentirse satisfecho) de poder desentenderse de las peticiones que, un día remoto, les solicitaron los votantes. ¿Qué fue de aquel amigo, o de aquel godillo, que no vemos desde hace años?, preguntamos en la calle Castillo. Alguien, al tanto de lo que sucede, nos saca de dudas: "Unos están en la política, en la alta política. Otros maquinando. Por eso no te los tropiezas. Están en Europa o en las cloacas. Querían servir más y mejor a los demás y se marcharon lejos... a Bruselas, a Estrasburgo, a los sumideros".

Nos interesamos por los eurodiputados y, la verdad, no supieron decirnos, desde la capital comunitaria, qué demonios hacían por allí, pero lo que fuese debería de ser muy importante, porque no querían venirse para acá. De cualquiera de las maneras, nos llevamos una importante alegría al saber que varios políticos se habían impuesto la penosa carga que simboliza trabajar duro fuera de la tierra querida y, en ocasiones, con querida fuera de la tierra (costumbre arraigada en el godillo). Concluimos, exultantes, que el mundo no era tan negro como muchos desalmados habían definido. Aún existían personas que se desvivían por los demás, sacrificando su tiempo, su familia y su dinero por un fin loable: el de viajar en clase "bussiness" para poder seguir trabajando por el bien común... aislados de las molestias que produce la chusma turística. El godillo no ha podido acercarse, como el eurodiputado, a los seis mil euros mensuales de sueldo; más trescientos diarios de dietas; más cuatro mil mensuales de gastos de oficina; y, cómo no, cerca de veinte mil para contratar al personal que ellos mismos designen, entre los que pueden figurar cónyuges, familiares y los/las amantes mencionados. Además, situando el lugar de residencia lo más lejos posible de la capital comunitaria, se pueden percibir otras dietas más suculentas. El propio Parlamento europeo ha reconocido que el trabajo de los eurodiputados se encuentra "fuera de control".

Mientras en Canarias y en España la pobreza aumenta excesiva y preocupadamente, estos artistas nunca han dado explicación alguna, pero sí se han apresurado a desmentir lo del viaje en avión y han silenciado, curiosamente, el resto de prebendas vergonzosas para preguntar, con insolencia, si no sería peor reducir sus emolumentos, lo que iría en perjuicio de la calidad de la gestión. ¡Puaf!