Supongo que me encanta tanto ir a Galicia como disfruta Mariano Rajoy viniendo a Canarias. Siempre que puedo me escapo unos días a Santiago. Tengo amigos por aquellos pagos y disfruto con su carácter; con esa forma de ser tan suya en la que uno nunca sabe si están arriba, debajo, a la derecha, a la izquierda, si suben o si bajan porque nunca se sabe dónde está un gallego aunque lo tengamos delante. Ni lo que dice, ya que siempre hablan simultáneamente en dos direcciones. Me asegura uno de esos amigos compostelanos que cualquiera nacido en su tierra, puesto en el dilema de elegir entre el camino autorizado y el prohibido, elige siempre el prohibido aunque la distancia sea la misma por ambos. Yo diría, con cierto conocimiento de causa, que elegiría el prohibido incluso siendo más largo, pero se trata únicamente de suposiciones personales.

¿Son estas virtudes aprovechables en política? Mucho. Pero lo mucho siempre cansa y termina por volverse contra quien lo ejerce. Lo dije el otro día y lo repito hoy: las elecciones no las está ganando el PP; las está perdiendo el PSOE. Todo ello con la precisión, igualmente reiterada, de que en realidad las estaba perdiendo Zapatero pero no las está ganando Rajoy. Zapatero ha dejado de perderlas porque no se vuelve a presentar, no porque haya bajado el Espíritu Santo y le haya insuflado sabiduría -incluido el don de lenguas- como les sucedió a los doce apóstoles. Lo que no puede ser es imposible y nunca ocurre.

Alguien ha comentado que el líder del PP está acobardado. Algo pusilánime, ciertamente, siempre ha sido, aunque no es este el motivo de su agarrotamiento. Ni siquiera lo atemoriza en extremo el hecho de que haya perdido todas las elecciones mientras que Zapatero permanece invicto y, lo que es más, se retira sin conocer la derrota. Taimado como los mejores tahúres, cuando la suerte le ha dado la espalda ha sabido dejar la partida sin llegar a la bancarrota. Una tercera derrota de Rajoy, en cambio, esta vez no frente a Zapatero sino a su sucesor, le supondría una retirada no triunfal, como la de su adversario, sino claramente humillante. Pero, esto, insisto, no le quita el sueño a Rajoy. Entonces, ¿qué lo inquieta?

La gaveta del escritorio del despacho de la Moncloa. En realidad, de Cádiz para arriba llaman cajones a las gavetas de los muebles, pero yo prefiero este último término no sólo porque es el que se usa en Canarias, sino porque resulta más preciso que cajón; cajón denota muchas cosas. El caso es que la gaveta de la Moncloa guarda algunos secretos -algunos, presos de cierta rimbombancia, los denominan secretos de Estado- que en realidad no son tan secretos, pues se asemejan más a las verdades del barquero. ¿Qué verdades? Acaso que Zapatero y sus ministros son culpables de la debacle actual por ocultar inicialmente la crisis y retrasar los remedios paliativos, pero no son los responsables de la crisis en sí. Dicho de otra forma, apenas gobiernen los populares tendrán que adoptar medidas más drásticas aún, lo cual, viniendo de ellos, significa muchísima más impopularidad que en el caso de los sociatas. Eso es lo que le quita el sueño al gallego, aunque a buen seguro que no se lo dirá a los periodistas de pedigrí que hoy compartirán un ágape con él por estos alrededores.