RESULTA gratificante para los articulistas constatar la aceptación que tiene lo que escriben. Hay quienes incluyen su correo-e tras su firma y reciben las críticas -positivas o negativas- de sus lectores, lo cual les indica el nivel de aceptación que se les otorga. Otros, la mayoría, colaboran esporádicamente y se limitan a firmar sus artículos con su nombre, sus iniciales o un seudónimo, que de todo hay en la viña del Señor.

En mi caso, que utilizo mi nombre, nunca hasta ahora he sabido la valoración que merezco. Y digo "hasta ahora" porque, a raíz de la publicación el pasado mes de marzo de un artículo que titulé "El deporte nacional" -me refería en él a la envidia, no al fútbol-, han sido bastantes las personas -amigos que me estiman, por supuesto- que se han puesto en contacto conmigo para felicitarme.

Ante esta afirmación, muchos de los que suelen leerme pensarán que estoy cayendo en el pecado que hace poco critiqué en un artículo posterior -la vanidad-, pero puedo asegurarles formalmente que no es esa mi intención. Es la sorpresa que me han producido esas felicitaciones -así como el anuncio de una manifestación promovida por ateos para el próximo Jueves Santo, en Madrid- lo que me ha hecho tocar de nuevo un tema que traté al final de dicho artículo: sigalpe; como asegura el viejo dicho: vamos de culo y cuesta abajo. Cada día se valoran menos las tradiciones, porque si en un Estado aconfesional como el nuestro unos señores, que se denominan ateos quieren manifestarse contra los que creen en Dios, ¿por qué dirigen sus protestas contra el Dios de los cristianos? ¿Por qué no incluyen en ellas a otros dioses? ¿Verdad que no se atreven? Hace falta que los cristianos seamos más exigentes con nosotros mismos, que nos atrevamos a manifestar nuestra fe, sin miedos, con valentía, y nada mejor para ello que practicar lo que mi acrónimo exige.

Ya dije en mi artículo anterior que sigalpe es el acrónimo de Soberbia-Ira-Gula-Avaricia-Lujuria-Pereza-Envidia, o sea los siete pecados capitales de los cristianos, y es una palabra que inventé recordando las reglas nemotécnicas que utilicé en mis ya lejanos tiempos de estudiante. Cuando era preciso memorizar la lista de los emperadores romanos, o de los reyes godos, escribía sus nombres y elegía luego la primera sílaba de cada uno de ellos para formar una palabra fácilmente recordable. Sin ir más lejos, en la actualidad, cuando tengo que colgar un cuadro saco a colación enseguida el acrónimo "marclatordeste", el cual me recuerda que he de coger las siguientes herramientas: Martillo-Clavos-Tornillos-Destornillador-Tenazas. Antes, sin acrónimo, siempre me olvidaba de alguno.

Puede resultar infantil lo que acabo de manifestar, pero les aseguro que resulta efectivo, sobre todo para personas metódicas -yo soy una de ellas- que no soportan dejar nada al albur. Con esa idea me surgió "sigalpe", con lo cual he intentado -no sé si lo he logrado- ser más respetuoso no solo con mis amigos sino también con mis semejantes. Porque cuando antes he dicho "los siete pecados capitales de los cristianos" hay que reconocer que cualquier ser humano, sea la que sea su creencia religiosa, debería llevar esa regla nemotécnica en el corazón si quiere dejar tras de sí una estela de bonhomía.

Cuánto daño hace nuestra Soberbia, esa estimación que nos hace creer mejores que los demás. Con ella a cuestas, pretendemos ser preferidos a los demás, manifestando de manera violenta nuestro disgusto cuando somos postergados.

Y qué decir de la Ira, que nos mueve hacia la indignación y el enojo -incluso hacia la venganza- cuando no conseguimos lo que nos apetece.

La Gula no parece, en principio, ser mala puesto que somos nosotros mismos los que sufrimos sus efectos, sin dañar a los demás, pero ¡que mal efecto causa en quienes nos estiman! Comer y beber como si fuera la última vez que vamos a hacerlo retrata nuestro carácter más que la mejor máquina fotográfica.

De la Avaricia, ese afán de adquirir y atesorar riquezas sin que las necesitemos, se han escrito infinidad de libros célebres, si bien yo destacaría en ella no ese anhelo sino el destino final de lo atesorado: no gastarlo, solo contemplarlo, solazarse con su visión.

Alguien dijo en una ocasión que la Lujuria ha sido la causa de muchas guerras. Pasión propia del ser humano, de los inteligentes, a nuestra genética le resulta muy difícil sustraerse a sus efectos. Junto a las drogas es la mayor lacra de la Humanidad, haciendo que la mujer sea todavía considerada en muchos países no un sujeto sino un objeto.

Por último la Envidia, a la que me referí ampliamente en mi artículo anterior, en reñida disputa con los demás es, sin duda alguna, el pecado capital de los españoles. ¡Cuándo dejaremos de lamentarnos por el bien ajeno, o de anhelar lo que otros tienen y nosotros no!

En fin, que hoy me ha tocado filosofar un poco, quizá por la proximidad de la Semana Santa algo que no viene mal de vez en cuando y que aconsejo como ejercicio a mis lectores. Tiene la ventaja de que no cuesta nada, resulta gratuito, y a menudo tiene consecuencias incalculables: nos permite tratar a nuestros semejantes tal y como nos gustaría que los demás nos tratasen.