1.- Hay una tienda en Burlington Arcade, en Picadilly, Londres, en la que venden ropa y complementos con los colores de la bandera española. Pero no es la bandera española lo que quieren representar, sino a un equipo de cricket, no sé si de Inglaterra o de Escocia. Es ahí donde el agregado de Agricultura de la Embajada de España en Londres le compraba los tirantes a don . Junto a esa tienda -Burlington Arcade es una monada de galería comercial- hay otra en la que venden calcetines y chalecos; allí me encontré yo, en un escaparate, con un álbum de fotografías, que era utilizado como decoración. Al acercarme comprobé que eran viejas fotos en blanco y negro, en el tamaño de cuatro por seis y medio que se usaba en los cincuenta, tomadas en la isla de Tenerife. Entré y le pregunté al dependiente si me lo vendía y me respondió que no, que le tenían mucho cariño a la colección. Pero me lo dejó ver y me quedé gratamente sorprendido de que tantos rincones antiguos hubieran sido fotografiados, en un formato muy pequeño, con tanta nitidez y buen sentido. Londres está lleno de recuerdos de Canarias; en el mercadillo de Portobello he encontrado algunas veces grabados interesantes sobre Tenerife, que he comprado.

2.- Me resultan gratas estas incursiones por los mercadillos. El otro día, un cartero de Santa Cruz se acercó para informar de que una postal incluida en uno de mis libros de la serie "Tenerife, qué añoranza" había sido escrita y enviada por su tía, allá por los años cuarenta del siglo pasado, y jamás llegó a su destino. ¿Cómo vino a mis manos? Pues en un mercadillo de Buenos Aires, en el Mercado de las Pulgas de Bruselas, en el propio Portobello o en cualquier casa de compraventa de postales de Madrid o Barcelona. Se vende y se compra todo.

3.- El domingo visité el rastro de Santa Cruz, por primera vez. Hay que ver los cachivaches que se pueden encontrar en un sitio así. La gente en apuros saca lo que puede. ¿De qué lugares más extraños procederá todo este arsenal? Pues no lo sé. Cuando uno va a un rastro no tiene que pensar en la procedencia, sino comprar y echarse a correr. Es la filosofía de un lugar así, donde lo más dudoso es precisamente la mercancía. Cuando veo aquellos rostros patibularios ofreciendo cosas inverosímiles no puedo sino contener la risa. Un rastro es también un mercado de las sorpresas. Un rastro es la frontera entre lo legal y lo ilegal y de ahí su encanto, pues puedes comprar el santo de una iglesia o una silla de barbero muerto. ¿Y qué?