HAY llamadas que siempre recibo con cierto sobresalto. Verbigracia, las de los amigos anunciándome que he salido en otro digital a cuenta de lo que gano -más bien de lo que nunca he ganado, pero en fin-, las del Instituto Nacional de Estadística para pedirme un dato adicional de los cuestionarios que de vez en cuando, porque así me ha tocado en suerte, debo rellenar so pena de ser severamente sancionado si pongo alguna cifra mal aunque sea por error y, naturalmente, también las llamadas de los bancos. Así me ocurrió hace unos días cuando, desde una sucursal, me pidieron que les facilitara mi dirección correcta porque les habían devuelto una carta. Les pregunté a qué dirección me la habían enviado. La misma que figuraba en sus archivos desde hace diez años, más o menos, y a la que durante todo este tiempo me han estado remitiendo la correspondencia sin ningún problema. Extrañado, pasé por la oficina y recogí personalmente la misiva. Efectivamente, todo parecía correcto. El nombre de la localidad (La Orotava), el código postal, el nombre de la calle, el número de la casa y hasta la denominación completa de la provincia: Santa Cruz de Tenerife. Intrigado, quise saber el motivo de la devolución, habida cuenta de que el señor cartero había consignado "destinatario desconocido" como el motivo de la no entrega. No rehusado, ni ausente, ni dirección incompleta, sino destinatario desconocido. Por eso le pregunté al señor cartero. El mismo cartero, desde ahora lo aclaro, que me ha estado entregando cartas y otros envíos postales desde hace bastante tiempo; inclusive correspondencia del banco en cuestión, con la misma dirección, como demostraré en el juzgado que me toque, porque esta vez voy a presentar una denuncia formal.

"Devolví la carta porque no tenía el número del piso", fue la respuesta que me dio. Una explicación distinta a la que le facilitó al jefe de distribución de Correos de La Orotava, según me dice este funcionario, a quien le agradezco su interés por resolver el problema. Sea como fuese, insistí en preguntarle al cartero si después de varios meses, acaso más de un año, entregándome correspondencia, todavía le resultan desconocidos mi nombre y apellidos considerando, además, que también figuran desde siempre en el buzón del edificio. "Si en la carta no viene el número del piso, la devuelvo", sentenció contundente. "Adiós y que tenga un buen día", añadió al tiempo que se marchaba.

El asunto ya lo traté en el debate que mantengo semanalmente en EL DÍA Televisión, esta vez con Vicente Álvarez, Gaspar Sierra, Domingo Medina y Juan Martínez Torvisco. Casualidades de la vida, a todos les ha pasado más o menos lo mismo en sus respectivas localidades. Para empezar, las cartas certificadas ya casi nunca las entregan en mano al destinatario, como corresponde; muchos carteros se limitan a dejar un aviso para que el vecino las recoja posteriormente en la oficina de Correos. Una hora de espera por término medio en La Orotava si usted acude en sábado -el único día hábil para mí, y no siempre- y hasta dos horas en La Laguna, según Domingo Medina, cualquier día de la semana. En el mejor de los casos, media mañana perdida para que los señores carteros no se molesten tanto en hacer su trabajo con un poco más de diligencia. Al margen, claro está, de lo que establezcan las normas.

El viernes me encontré a otro vecino protestándole a este señor cartero orotavense -o villero- por el mismo motivo. Una carta devuelta no porque faltara el nombre del destinatario, o el de la calle, o el número del edificio, sino una cifra en el número del piso. La reoca. "Que tenga un buen día", volvió a decirle el funcionario al despedirse tras advertirle que a partir de ahora devolvería todas las cartas a las que le faltase un solo dato. Una sola cifra, añado por mi parte. "¿Tú crees que merece la pena seguir viviendo en este país?", me preguntó el vecino -la persona más amable y servicial que conozco- cuando nos quedamos solos. "A veces pienso que lo mejor que pueden hacer los jóvenes es marcharse a Alemania o a cualquier país del extranjero, como les están recomendando ahora", añadió.

Ciertamente muchas cartas son remitidas con los datos del destinatario incompletos. Por ahí, nada que objetar; al contrario. Pero no es este el caso, o los casos, a los que me estoy refiriendo. Agradezco, como digo, las gestiones del jefe de distribución, pero mentiría si afirmase que espero algo de ellas. Correos en estos momentos es una empresa privada, aunque su único accionista es el Estado. En consecuencia, podemos hablar, además de un indiscutible servicio público, de una empresa pública. Algo que, según parece, no les gusta a muchos de sus empleados; empezando por el cartero que nos ha tocado en suerte -o en desgracia- y su empeño en ser un estricto cumplidor de la ley. Suponiendo que este sea el caso, que ya lo dirá un juez.

Impotencia. Esa es la palabra que resume cualquier sentimiento al respecto. Impotencia y así nos va. Porque estas actitudes, sobra decirlo, no se limitan al servicio de correos. Ocurren con harta frecuencia en otras áreas de la Administración. Antes los carteros, y los policías municipales, y los maestros, y hasta el médico del pueblo, sin olvidar al bombero y al funcionario del ayuntamiento que nos atendía cuando necesitábamos algo, eran todas ellas personas orgullosas de su trabajo. Orgullosas, respetadas y muy apreciadas por los vecinos. Parece que ahora lo único que cuenta es cumplir el horario, realizar lo mínimo que marca el reglamento y mandarse a mudar. Lástima que personas así sigan trabajando, además con sueldo público, mientras hay casi 300.000 parados canarios, muchos de ellos deseosos de encontrar un trabajo.