NOS HA PARECIDO oportuno que don Paulino Rivero hablase de austeridad en el Parlamento de Canarias al pronunciar su discurso sobre el estado de la nacionalidad canaria, del que luego hablaremos. Sin embargo, lamentamos que no hubiese aprovechado la ocasión para pedirles a los diputados y diputadas que le devolviesen al pueblo todo lo que han estado cobrando adicionalmente desde que se subieron los sueldos, casi al principio de la legislatura. ¿Cómo se puede hablar de austeridad ante cincuenta y nueve desvergonzados políticos, pues de los sesenta miembros de la Cámara el único que no cobra es Miguel Cabrera Pérez-Camacho? El Parlamento de Canarias debería haber dimitido en bloque hace mucho tiempo. La institución, lo hemos dicho varias veces, es muy digna y respetable. No así su contenido, que es pura chatarra política. Y si no empleamos aquí el calificativo que nos merecen quienes ocupan los escaños regionales es sólo para no herir la sensibilidad del lector.

De forma sucinta recordamos algunas de las tropelías políticas cometidas por sus "señorías". Para estar cómodos, no sabemos si para hacer la siesta u otras cosas, ampliaron el Parlamento a costa de expropiarles sus bienes a unos honrados ciudadanos de Santa Cruz. A una señora, para nosotros muy apreciada y respetable, llegaron a decirle que no vería ni un céntimo en vida si no se avenía a firmar el atropello y cobrar una miseria por las propiedades que, hasta ese momento, eran legítimamente suyas y que luego volvieron a serlo, pues las altas instancias judiciales impidieron el abuso de unos parlamentarios aconsejados por un canarión. Pero la justicia, inexorable aunque muchas veces lenta, llegó tarde. La señora ya había muerto, con lo cual se cumplió cabal y macabramente la advertencia de un diputado que hoy no vamos a mencionar, aunque sí decimos que sigue sentándose en el Parlamento.

De las tres grandes afrentas contra Tenerife perpetradas igualmente por la Cámara legislativa canaria también hemos hablado muchas veces. Sus señorías modificaron el escudo de la comunidad autónoma para que no destacase la principal de las islas por la majestuosidad del Teide, establecieron un absurdo -e inexistente en otro lugar del mundo- orden alfabético para enumerar las islas, con lo cual Tenerife quedaba relegada al último lugar y, lo peor, mantuvieron el engañoso "gran" en el nombre de la tercera isla. EL DÍA, como periódico defensor que es de nuestra isla, denunció estas arbitrariedades. ¿Y cuál fue la reacción de los diputados y diputadas? ¿Enmendar sus errores y pedir perdón por lo que habían hecho? Qué va. Decidieron matar al mensajero y optaron por denigrar al periódico que les afrentaba sus improcedentes acciones. Por eso reprobaron a EL DÍA. Una acción infame que jamás se había visto en estas Islas y que, además, iba en contra de la Constitución que los propios diputados habían jurado respetar, pues con su proceder estaban conculcando la libertad de información. Sabemos que fueron arengados para que cometieran esa bajeza política por la prensa canariona; de forma concreta, por una periodista, pero eso no supone ningún atenuante. Al contrario: agrava su ignominia, pues quienes han sido elegidos por el pueblo han de obrar según su conciencia y no al dictado de cualquiera.

En definitiva, no es el Parlamento de Canarias el mejor lugar para hablar de austeridad y de decencia política. Particularmente vergonzosa nos pareció la actitud de la diputada por Las Palmas María del Mar Julios, que incluso pidió ser ella misma la que leyese la reprobación contra nuestro periódico. ¿Y cuál ha sido el premio obtenido por esta señora? Nada menos que su incorporación al Gobierno autonómico.

Don Paulino, seguimos confiando en usted, pero muchas veces no entendemos sus acciones. Confiamos en que un día, más pronto que tarde, el Parlamento recobre la dignidad política que hoy ha perdido. Algo que sólo podrá ocurrir cuando ocupen sus escaños mujeres y hombres con las ideas limpias; políticos nuevos elegidos en unas elecciones convocadas en una nación libre e independiente. Eso es lo que debería haber expuesto usted en su discurso, señor Rivero. ¿A cuenta de qué seguir hablando del debate de la nacionalidad canaria? En todo caso, de la nación canaria; porque Canarias es una nación, aunque no tenga aún su estado. Lo tendrá pronto. Mientras tanto, no juguemos a los eufemismos. Ya es hora de que llamemos a las cosas por su nombre. Este Archipiélago no es una nacionalidad, ni una comunidad autónoma española, ni una región ultraperiférica europea. Es, ni más ni menos, una nación; un país que debe recobrar su libertad y con ella su identidad y su dignidad. No olvide usted esto, don Paulino; y que tampoco lo olviden sus correligionarios nacionalistas. De momento sólo nos cabe añadir qué pena de oportunidad perdida.